Ser niño torero sin ser hijo de papá: "El buen matador es el que pasa hambre", dice Lolillo

Lolillo es uno de los desheredados de los ruedos de la Escuela de Amate. Como no hay hijos de papá, dice el maestro Curro Camacho, para comprar una vaquilla tienen que hacer rifas. El sueño de todos ellos es triunfar en La Maestranza

Ser niño torero sin ser hijo de papá: "El buen matador es el que pasa hambre", dice Lolillo - EL ESPAÑOL/FERNANDO RUSO
photo_camera Ser niño torero sin ser hijo de papá: "El buen matador es el que pasa hambre", dice Lolillo - EL ESPAÑOL/FERNANDO RUSO

Un reportaje dePepe Barahona y Fernando Ruso publicado en EL ESPAÑOL

"El buen torero es el que pasa hambre y en las Tres Mil Viviendas, madre mía, hay hambre para dar y regalar".

Lolillo tiene 15 años y quiere ser torero. Todas las noches se asoma al tendido de su casa para ver la faena que cuajan quienes arriesgan la vida en el ruedo de asfalto. En su barrio los pitones son afilados como agujas, los aguaores no llevan botijo y el caballo pica con crudeza las venas. Y mata. No hay burladeros en los que cobijarse ni ayudas de la cuadrilla. Tampoco hay albero, la sangre, cuando chorrea, empapa la calle.

Lolillo es un tipo espigado, menudo y fuerte como la caña de bambú. Un desperdigado manojillo de pelos negros le salpica la barba, todavía tímida. Es noble, gitano y atento. También listo. Tanto como para saber que en su barrio, las famosas y peligrosas Vegas de las Tres Mil, se ve, se calla y hay que saber elegir a quien arrimarse. Por eso busca la querencia fuera de la calle en la que se crio.

Todas las tardes, después del colegio, sale corriendo desde su barrio hasta la apartada escuela taurina de Amate. Allí nadie revisa la genealogía. Hay hijos del campo, de parados de larga duración, de trabajadores autónomos; gente con los recursos justos y, a veces, ni eso. Se llaman Lolillo, Manuel, Vera, Pablo o Antequera. Todos son aspirantes a toreros.

“¿Qué por qué digo que mis niños son los desheredados del toreo?”, se pregunta el maestro Curro Camacho, torero sevillano que tomó la alternativa en la Maestranza en 1976 y fraguó una intensa amistad con uno de los pocos matadores norteamericanos, el pintor nacido en Filadelfia John Fulton. “A estos chiquillos nadie les da nada —resume el director de la escuela de Amate—, compramos la bravura de las vacas, ¡la bravura!, haciendo rifas con cosas que nos traen las propias familias”. “Esto es muy triste”, confiesa.

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