La residencia se llama La Marquesa, pero a los ancianos les faltan pan, toallas y medicinas

Cada día, una veintena de residentes sale a la calle en busca de comida porque dentro, dicen, es mala y escasa. Lo corroboran sus familiares, que también señalan otras deficiencias pese a que cada plaza cuesta 1.375 euros. "Cumplimos con lo que se nos exige", cuenta el director de este geriátrico de Jerez de la Frontera (Cádiz) concertado con la Junta de Andalucía

La residencia se llama La Marquesa, pero a los ancianos les faltan pan, toallas y medicinas
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Según informa Andros Lozano en EL ESPAÑOL, “Vienen cada día. Si te esperas un ratito los verás ir saliendo”, dice la dueña de un bar cercano. Son las 9 de la mañana. Los ancianos aparecen hora y media después. Salen por las escaleras o por la rampa de la residencia Suite La Marquesa de Jerez de la Frontera (Cádiz). Varios de ellos, en silla de ruedas, entran en una panadería próxima. Compran un par de barras de pan y un paquete de lonchas de chorizo. Otros se toman un café con leche en la cafetería. Alguno se acerca a una carnicería en busca de fiambre. A mediodía, o por la noche, hay quien se compra pescado frito o un pollo asado en una freiduría de unas calles más allá.

“Ahí dentro se pasa hambre. Te lo digo yo”, dice José Bernal, un gaditano de 57 años que en 2015 perdió la pierna derecha por la diabetes. “¿Hambre? Esmayaos”, responde Juana Arroyo, de 88 años, a las puertas de la residencia mientras recibe la visita de una sobrina. “No yo, casi todo el mundo. Nos dan carnes duras, soplas claras…”

José y Juana están ingresados en Suite La Marquesa, una residencia concertada con la Junta de Andalucía. Desde noviembre de 2015 es propiedad de Vitalia, un grupo empresarial que dispone de 6.600 plazas residenciales en España y cuenta con 38 centros especializados en la atención a la tercera edad y a dependientes.

Pero no sólo es el hambre. Y no sólo lo denuncian los residentes. También sus familias y los empleados de negocios próximos al geriátrico, quienes cada día tienen que escuchar de boca de los ancianos que dentro no les alimentan bien o que los cuidados no son los mejores en un centro que cuesta 1.375 euros al mes a cada usuario.

De una veintena de ancianos y familiares consultados, todos coinciden a la hora de describir las carencias de un centro que atiende a 220 personas. Denuncian que pasan hambre, que en “muchas ocasiones” les cambian los pañales sin un aseo previo, que les hacen usar una misma toalla entre compañeros de habitación, que hay días que no se les dispensa la medicación al completo o que en ocasiones comen y cenan compartiendo mesa con personas que se han hecho sus necesidades encima.

Una dependienta de panadería cuelga en la silla de ruedas de José Bernal dos barras de pan y un paquete de chorizo que acaba de comprar.

Los zapatos malolientes de María

María, ausente, tiene afectadas sus capacidades cognitivas. Su familia, además de pagar su plaza en la residencia, ha contratado a una mujer, Mercedes, que cada día la saca a la calle a dar un paseo al sol, como este pasado jueves, cuando EL ESPAÑOL se encuentra con ellas mientras comen un polvorón sentadas a un banco. Mercedes también se encarga de supervisar que antes de cada almuerzo y cada cena María tome su medicación.

María sufre de incontinencia urinaria, por lo que varias veces al día se orina encima. Mercedes cuenta que en más de una ocasión ha encontrado sus zapatos húmedos dentro de un cajón de la habitación de la anciana. “No los han lavado y me los he tenido que llevar yo”, cuenta Mercedes. “Apestaban a rayos y, sin embargo, los dejan ahí como si nada. No hay derecho”.

Mercedes, que cada día ve lo que come María, cuenta que la mayoría de veces la comida escasea. “Hay algunos días que no está mal, pero la mayoría ocurre al revés. El otro día les pusieron cocido con berza. Todo era caldo, sin berza. Llevaba cuatro garbanzos y dos trozos de calabaza. El pescado siempre es congelado. La comida no es buena para lo que pagan”, dice la cuidadora.

“Un potaje con cinco garbanzos en el plato"

El gaditano José Bernal comparte habitación con Francisco Escorza, un anciano de 82 años al que también le permiten salir de la residencia. En torno a las 11 de la mañana, la pareja de amigos sale a la calle en busca de algo más que llevarse a la boca. Los encontramos en una panadería que hay a 50 metros de la residencia.

La dependienta le cuelga una bolsa con un par de barras de pan y un paquete de chorizo en la parte trasera de su silla de ruedas. Los dos hombres aseguran que la comida es insuficiente dentro de Suite La Marquesa. Y que no es de calidad. Por eso muchos días la compran fuera ellos mismos.

“Nos ponen un cucharoncito. Hay veces que un potaje lleva cinco garbanzos. Y no digo un número cualquiera por decir, no. ¡Cinco!, contados con esta mano”, explica José Bernal. “Aquí nos ponen porquería y miseria”, enfatiza Francisco Escorza, que también va en silla de ruedas.

“Pedimos toallas y no nos dan”

Hay días que José compra para él y su compañero un pollo asado o unos cuántos euros de pescado frito. Dice que dentro de la residencia cuentan hasta el número de boquerones que les sirven en el plato. Asegura que nuncale han puesto más de tres o de cuatro. “Tenemos que aprovechar a colar la comida cuando no nos ven”, cuenta José, quien entre lágrimas dice que “no estaría aquí” si no fuera porque no tiene otro sitio al que ir.

José y Francisco también denuncian que a diario tienen que compartir toalla.  “Pedimos y no nos dan. ¿Es esto normal?”. José dice que “muchas veces”, cuando su amigo está sucio, los auxiliares sólo le cambian el pañal, pero no lo asean antes. “Es una guarrada”, cuenta el más joven de los dos hombres.

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