Prohibido denunciar la violación de una niña, mejor desnudarlas

La mirada pedófila del pintor Pedro Sáenz Sáenz, premiado por retratar la infancia al gusto de la época, con una "morbosa e inmadura fijación erótica", mientras se censuraba a otros artistas

La pintura “inmoral” que descubrió a la primera manada hace más de un siglo - EL ESPAÑOL
photo_camera La pintura “inmoral” que descubrió a la primera manada hace más de un siglo - EL ESPAÑOL

Según informa Pedro H. Riaño en EL ESPAÑOL, llevan por título Crisálida e Inocencia y es difícil mantener la mirada ante los dos cuadros sin retorcerse del pudor. En el primero, una niña de unos once años, desnuda y con la pierna derecha extendida, nos mira fijamente. Ha girado levemente la cabeza y sonríe. Labios muy encarnados. Está de perfil, recostada sobre un decorado de telones grises y pardos, con un aro y una pelota infantil. Inquietante combinación de fondo tan señorón y juguetes. La niña, Crisálida, no está en su entorno ideal, está en un lugar de señorones, que la observan.

Parece decirnos algo, pero han pasado más de 120 años desde que Pedro Sáenz Sáenz (Málaga, 1863-1927) la retratara y andamos perdidos en la traducción. Rotos de espanto y mal rollo. Es una pintura que forma parte del catálogo Museo del Prado “disperso”, porque desde 1930 cuelga, cedido, en la Capitanía General de Sevilla… Sí, en el Cuartel General de la Fuerza Terrestre del Ejército de Tierra, con el Jefe de la Fuerza Terrestre.

Inocencia es todavía más repulsivo. Casi insoportable. El descaro con el que el pintor ha retratado a la modelo, convierten la pintura en el lugar ideal para dar rienda suelta a las fantasías de la mitología erótica masculina más depravada. La púber está tumbada sobre otro fondo de telas (los padres del pintor eran comerciales textiles) y con las manos tras la cabeza nos mira y sonríe. Está exhibiéndose, y parece ofrecernos algo que no queremos ni pensar. Al menos, en 2018, porque en 1899, el miedo del hombre a la nueva mujer feminista no creó monstruos, sino niñas desnudas a las que abrazar su ego castigado.

Miedo al feminismo

Ante los primeros pasos soberanos de la mujer en el insoportable patriarcado, ellos deciden refugiarse en la morbosa fijación erótica con las menores, a las que desnudan en los lienzos para contemplarlas vírgenes y puras, lejos del ánimo rebelde de esas mujeres que se han puesto a reclamar lo que les pertenecen. Es un final de siglo movido.

En el ensayo Las hijas de Lilith (Cátedra, 1998), Erika Bornay se detiene en el culto a las niñas y púberes, vistas como edad de aprendizaje de la femme fatale. Y descubre que la frontera entre la estricta admiración por una niña, como ser puro, aún no corrompido por la sociedad, y una “turbia y escurridiza atracción sexual, aparece a finales del siglo XIX como una linde incierta, llena de inconfesados sentimientos de culpa, titubeos e hipocresía.

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Crisálida, pintura de Pedro Sáenz Sáenz, de 1897.

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