La pintura “inmoral” que descubrió a la primera manada hace más de un siglo

El cuadro fue censurado por inmoral el mismo año en que se mostró en público, en 1906. Antonio Fillol retrató una rueda de reconocimiento de una violación a una niña

La pintura “inmoral” que descubrió a la primera manada hace más de un siglo - EL ESPAÑOL
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Según informa Pedro H. Riaño en EL ESPAÑOLAntoni Fillol, “PINTOR INMORAL”. Así, mecanografiado en la cartela, junto al cuadro retirado y herido de muerte. “OFENSOR DE LA DECENCIA Y DEL DECORO”. El pintor habla: “El asunto ni era inmoral ni cosa parecida. Me limitaba a pintar en él una de esas brutalidades que de tiempo en tiempo realiza la bestia que el hombre lleva dentro, para excretarla”. Habla de una violación, un tema absolutamente tabú entonces. Violación de una niña. Pero para el jurado, cegado por la hipocresía, es una ofensa de la moral y el decoro. Y lo expulsan.

Un abuelo campesino arropa a su nieta en la rueda de reconocimiento, en las Torres de los Serranos, en Valencia. Cuatro presos pasan delante de ellos. La pequeña maltratada hace un gesto de cubrirse la cara con las manos, está atemorizada al encontrarse de nuevo con el salvaje. Todo queda en manos del abuelo protector, que interpela al que se supone es el culpable, pero miran dos ante la displicencia de los alguaciles.

La prensa se hizo eco del estremecedor caso y el pintor quedó impresionado. En la Exposición Nacional de 1906 lo presenta, con el título de El sátiro, dos metros de alto por tres de ancho. Ese año fueron retiradas otras tres, entre ellas una de Romero de Torres, Vividoras del amor. La corrección política del país encadenaba censura tras censura. Algunos periódicos como El imparcial cargaron contra aquel jurado melifluo, a quienes se les descalificó como burgueses dedicados al ocio y al entretenimiento. Y enfrentaron El sátiro contra Doña Juana la loca, de Pradilla (hoy en el Museo del Prado), como la quintaesencia de pintoresquismo de “arcaicas vanidades patrióticas”.

Lucha de clases

Antonio Fillol (1879-1930) no fue un cobarde con inquietudes. Hijo de zapatero, se convirtió en pintor social cuando sólo interesaba la porcelana fina. Nunca fue forastero en su barrio, ni extraño a sus problemas. Reaccionó ante la violación -como años más tarde haría Picasso frente a las noticias del bombardeo de Guernica- y dejó testimonio de nuestro pasado, espantado con la indefensión de las mujeres y la voracidad de los hombres.

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