Pastas Gallo vuela lejos de Cataluña: reciben con los brazos abiertos un negocio de 300 millones

Es la penúltima empresa de una larga lista de sociedades que el independentismo ha hecho trasladar su sede. “Nos ha tocado la lotería”, dicen los vecinos de El Carpio, una comarca del Alto Guadalquivir. La empresa fue pionera hace décadas en dar empleo a las mujeres cordobesas: “No hay familia que no tenga a alguien trabajando en Pastas Gallo”

Pastas Gallo vuela lejos de Cataluña: reciben con los brazos abiertos un negocio de 300 millones
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Según informan Pepe BarahonaFernando Ruso en EL ESPAÑOL, apenas ha amanecido y ya empieza el trajín de los trabajadores en la entrada de la fábrica cordobesa de Pastas Gallo en El Carpio. Hace frío junto al Guadalquivir, visible casi desde la misma puerta por la que empiezan a desfilar coches y camiones. Al fondo, en lo que se intuye es el pueblo, se distingue imponente la torre de Garci Méndez, el origen en torno al que se crea este pequeño municipio de casas de piedra y economía sostenida en la industria agroalimentaria. Aunque hoy todas las miradas apuntan a los silos de la factoría de la que salen toneladas de macarrones, espirales o espaguetis. La familia Espona, los propietarios y fundadores, han decidido dejar Cataluña por la inseguridad que provoca el conato de independencia y trasladar la sede a este pueblo cordobés. Y una misma sensación invade a los vecinos: “Nos ha tocado la lotería”.

Las calles de El Carpio están vacías de jóvenes por la mañana. Sólo se ven algunos ancianos resguardándose en una céntrica panadería situada junto al ayuntamiento. El frío poco invita a salir a la calle sin un propósito concreto. Quienes trabajan se reparten, grosso modo, entre el campo y la fábrica de Pastas Gallo, inquilina desde mediados del siglo pasado en este municipio de casi 5.000 habitantes situado en la comarca del Alto Guadalquivir, a apenas 15 minutos en coche de la capital cordobesa.

Sede social de Pastas Gallo en El Carpio (Córdoba).Sede social de Pastas Gallo en El Carpio (Córdoba). Fernando Ruso

“No hay familia que no tenga a alguien trabajando en Pastas Gallo”, explica rotunda María del Carmen Muñoz, de 63 años. Sus dos hijos viven de la multinacional. Ya jubilada, cuenta con orgullo que su padre tuvo mucho que ver en las primeras andanzas de la empresa en El Carpio. José Eugenio Muñoz, comercial de trigo en Écija, se convirtió en el único accionista de la compañía que no pertenecía a la familia de José Espona, el catalán por el que muchos carpeños se labraron un porvenir.

No recuerda Maricarmen el número exacto de acciones que llegó a tener su padre. Solo sabe que las vendió a los Espona cuando este falleció en 1987. Quizá por eso, o por los cuarenta años que estuvo al servicio de la compañía como administrativa en la fábrica de El Carpio, considera a Pastas Gallo como algo más que una empresa, que una marca. “Es algo mío, de mi familia, es mi vida”.

Empezó a los 18 años y se prejubiló a los 58. Duda, pero conjetura que pudo ser la primera mujer en trabajar en la fábrica, gracias a su padre, gerente de Pastas Alimenticias del Sur SA, uno de los primeros nombres de Pastas Gallo. Tras ella llegaron más. “El empaquetado demandaba mucha mano de obra y casi todas eran mujeres”, recuerda. “Aunque cargábamos y descargábamos camiones”, como cualquier hombre. “Se puede decir que me cambió la vida, me dio una oportunidad y gracias a ella la vida me ha ido bien”, zanja Maricarmen.

María del Carmen Muñoz, 63 años. Entró con 18 años en Pastas Gallo. Hija del único accionista de Pastas Gallo que no pertenece a la familia Espona.María del Carmen Muñoz, 63 años. Entró con 18 años en Pastas Gallo. Hija del único accionista de Pastas Gallo que no pertenece a la familia Espona.Fernando Ruso

Pastas Gallo, una oportunidad para las mujeres de El Carpio

“Pastas Gallo facilitó el acceso de la mujer al mercado laboral en una época en la que eran los hombres los que llevaban el jornal a casa”, detalla la concejala de Turismo de El Carpio, Emma Fernández. “Carmeli, Mamen, Ana, Petri…” fueron de las primeras en conseguir una independencia económica. Eran los primeros años de los setenta, justo cuando Gallo se consolida como líder del mercado nacional.

La marca se anunciaba en televisión con un eslogan que da norte de la escasa penetración que sus preparados tenían en las despensas españolas: “Descubra la pasta con Pastas Gallo”. Reclamo que dio en los 80 título a un libro de cocina italiana editado por la compañía española. Para muchos fue la primera aproximación a los macarrones, espaguetis o espirales.

Después llegó la época de Sophia Loren y el eslogan “La buena pasta nunca cansa; y con Gallo, a triunfar”. Eran tiempos de exuberantes cardados, vajilla de mucho brillo y televisores en cuatro tercios. De la italiana fueron varios anuncios antes de que la sustituyera otra de las caras que más veces se repitió vinculada a la marca: Karlos Arguiñano, con pajarita, para no romper con el boato impuesto por la actriz.

Tras el cocinero volvieron a verse los rostros de mujeres Lydia Bosh, Ana Duato y Silvia Jato. Tras ellas, le llegó el turno a Carlos Herrera, Susana Griso y el cocinero Pepe Rodríguez Rey. Caras conocidas que, según explica la compañía han “avalado la calidad de los productos”.

La empresa fundada por José Espona cuando este solo tenía 20 años ya tenía repartidas fábricas por toda España. Desde Rubí, el imperio se expandió a Tarrasa, El Carpio, la Puebla de la Calzada, Madrid, Góngora, Ferrol, Vigo, Torrelavega, Málaga, Cádiz, Granada, Cartagena, Bailén, Palma de Mallorca y, por último, Calella y Granollers y Esparreguera.

Esa expansión empresarial tuvo impacto en la familia Montori, que abandonó Tarrasa de la mano de José Espona para instalarse en El Carpio. Ahí permanece cincuenta años después. “Mi padre era técnico molinero y lo hicieron gerente de la Semolería de El Carpio SA”, explica Juan Manuel Montori.

La familia se mudó a la misma fábrica, a un piso junto a la zona fabril. Allí nacieron los tres hijos menores del matrimonio entre Juan Manuel y Bonifacia, diez años menor que él. “A mi madre le costó adaptarse, de venir de una ciudad a un pueblo en mitad de la nada, viviendo aislados, escasos de comercios… se pegó un lote de llorar”, explica el segundo de una descendencia de cinco.

Manuel Montori, el cuarto desde la derecha, con la mano sobre el hombro de su esposa, en una foto con la primera plantilla de Gallo.Manuel Montori, el cuarto desde la derecha, con la mano sobre el hombro de su esposa, en una foto con la primera plantilla de Gallo.

Una marca que se siente como propia

Juan Manuel siente como propia la marca. Dejó de vivir en la fábrica justo antes de casarse. Allí se granjeo la amistad de los empleados, unos 30 —nada que ver con los más de 300 actuales— y estrechó lazos con su padre, “un hombre serio, muy trabajador que no tenía horas para el trabajo”.

Su vivienda lindaba con la fábrica. No era raro verlo revisando la fábrica de noche. “Era tan fino en su oficio que cuando dormía, tenía hecho el oído a la fábrica; tanto es así, que si algo fallaba, cambiaba el sonido, se despertaba y acudía a la fábrica para ver si algún motor se había ido”, comenta su hijo, que estudió Económicas y acabó trabajando en la banca. Juan Manuel Montorivivió en la fábrica hasta que se jubiló. Gallo ya había cambiado el destino de su familia.

“Gracias a Gallo hemos tenido una vida buena, cómoda —concluye Montori—; en mi casa nunca faltó nada”.

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