Paqui, la fogosa española que envenenó a su familia para irse con su amante de internet

En cada comida, le echaba Colmen a su familia hasta verlos morir. Tuvo un affaire con un tinerfeño al que conoció en un chat de internet

Paqui, la fogosa española que envenenó a su familia para irse con su amante de internet - EL ESPAÑOL
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Un reportaje de Mari Pau Domínguez publicado en EL ESPAÑOL

Melilla, un domingo cualquiera del verano de 2003. Paqui se desabrochó un par de botones del vestido tipo bata veraniega que llevaba en casa. Sus bien apretadas carnes sudaban pero no por el calor de agosto sino por el sofoco de lo que le estaba escribiendo Aventurero tinerfeño en uno de los chats de contacto que había descubierto en internet.

No era el único hombre con el que se escribía. Tenía varios amantes en la red. Su apodo: Fogosa.

- Fogosa: "Ahora soy yo quien reacciona como mereces después de las cosas que me has dicho –escribe Paqui en el chat-. Has conseguido que me desnude".

- Aventurero Tinerfeño: "¡Uf! No quiero imaginarlo".

- F: "Es que hace tanto calor… me gustaría que me vieras".

- AT: "¡Calla, que me estás poniendo a cien! ¿Qué digo a cien…? ¡A DOSCIENTOS POR HORA!".

- F: "Pues es todo para ti".

“¡Mamá! ¿Dónde está mi camiseta nueva?”. La voz de su hija Sandra, de 15 años, la sobresaltó. Paqui salió de la web para no ser descubierta por la joven, apagó el ordenador y se fue a la cocina a hacer la cena, dejando a su Aventurero tinerfeño a dos velas.

Francisca Ballesteros, Paqui, ama de casa de 34 años, se desvivía en el cuidado de su familia. Le quedaban dos hijos, ya que Florinda murió, en 1990, cuando acababa de cumplir seis meses de edad. “Pobre Paqui, cargar con esa pena, ¿cómo se puede morir una criaturita tan chica?”, se lamentaba el vecindario haciéndose cargo del sufrimiento que acarrea perder a un hijo.

Para Antonio, el marido y padre, fue también un duro golpe del que daba la impresión de no haberse recuperado. Y últimamente era todavía peor, sus condiciones físicas estaban empeorando y se apoyaba, más que nunca, en su Paqui.

- "Cariño, los médicos son todos una basura. Cada día estás peor. Voy a tomar yo cartas en el asunto y verás qué pronto mejoras –le dijo ella indignada por su precaria salud".

Entre las muchas tareas domésticas, siempre encontraba tiempo para sentarse ante el ordenador. No era una mujer ignorante, lo manejaba con mucha soltura. Una mañana se dispuso a cumplir su palabra e inició, a través de la red, una intensa búsqueda de medicamentos. Leyó y leyó sin parar hasta que en una página de venta que no parecía muy de fiar encontró algo que podía interesarle, uno muy agresivo para combatir el alcoholismo. El Colme. Buscó los efectos secundarios: alucinaciones, infartos, insuficiencia coronaria y respiratoria…

Una sonrisa de satisfacción voló de una página a otra de internet. Cerró esa y abrió otra, de contactos, donde estaba su pretendiente favorito.

F: "Hola… Aventurero. Tu Fogosa necesita tus mimos…". 

Engaños en la red

En 1987, la joven Paqui se casaba con Antonio, funcionario de aduanas, hombre alto y fuerte. Siempre estuvo enamorado de ella, su primera y única novia. Cuentan que jamás se le vio con ninguna otra mujer.

17 años casados y tres hijos –ya sólo dos- empezaron a pesarle a Paquita ahora que había descubierto, a través de internet, el mundo que la aguardaba fuera de su familia, en el extrarradio de lo correcto y de una vida ordenada. 

Aunque eso, en verdad, sonaba más a excusa que a otra cosa.

F: "Los días pasan sin emoción, y yo digo que hay que tener ilusiones, ¿no te parece? La vida sin algo que te haga soñar e ilusionarte no vale la pena".

AT: "Que una mujer como tú no se haya casado es porque los hombres son todos unos idiotas".

F: "Todos menos tú, mi amado Aventurero".

AT: "Yo te voy a cuidar como una reina, Fogosa. No deseo otra cosa en la vida. ¡Qué ganas tengo de verte! Y de acariciarte toda, esos pechos que me vuelven loco y quiero conocer en persona…". 

F: "Pronto… muy pronto todo va a cambiar".

A partir de ese día aumentó las dosis de medicamento en las comidas y bebidas de su familia. Eso es lo que cambió.

Para que su marido pudiera descansar tranquilo, a Paqui se le ocurrió suministrarle calmantes junto con el Colme. Lo malo era que hacía lo mismo con los hijos.

Melilla, octubre de 2003. Antonio empeoró y tuvo que ser ingresado en la UVI del hospital comarcal. Su esposa no se apartaba de su lado, acudía puntual a las horas de visita. El día 6, el hombre pasó entre cables y tubos su 42 cumpleaños. Y de nuevo de vuelta a casa debilitado por la estancia hospitalaria y porque no acababa de encontrarse bien.

Las dosis de Colme, considerado por Paqui el salvoconducto hacia su nueva vida, iban en aumento en las comidas sin que nadie se percatara.

F: "¿Sueñas con algo?". 

AT: "Contigo, Fogosa".

F: "No, eso no vale. Sin contarme a mí".

AT: "¿Y tú…?".

F: "Yo lo tengo claro. Sueño con un hombre que me ame de verdad y tener una vida nueva con él".

AT: "¿Y puedo ser yo…?". 

F: "Tendrás que ganártelo. No te arrepentirás, cuando amo me entrego en cuerpo y alma".

Melilla, noviembre de 2003. Ya no fue sólo el marido sino también los hijos de Paqui. Un mes más tarde, todos tuvieron que ser ingresados de urgencia en el hospital por intoxicación. Ella lo atribuyó a que una semana antes había fumigado la cocina. Nadie encontró raro entonces que se intoxicaran todos los miembros de la familia menos precisamente Paqui.

F: "Ya no aguanto más sin verte".

AT: "Tu Aventurero tinerfeño te está esperando con ansia, ya sabes…". 

Con la misma ansia con la que Paqui adquirió un billete para viajar a Tenerife…

Tenerife, diciembre de 2003. Cesáreo –que así se llamaba su amigo, residente en San Cristóbal de La Laguna- la esperaba para pasar de ser su amante virtual a su amante de carne y hueso. Fue en la cama de un hotel cercano a la playa donde se prodigaron todo tipo de promesas, incluida una sorprendente proposición de matrimonio por parte de él. Aunque más sorprendente fue que ella aceptara.

Con notables dotes interpretativas, Paqui le contó a Cesáreo entre lágrimas que era viuda y que su marido y su hija habían muerto en un accidente de tráfico, lo que conmovió a su amante. “Cuánto habrás tenido que sufrir”, comentaba, iluso, Cesáreo. Por cierto que eso también se lo decían las vecinas allá por el año 90, cuando murió la pequeña Florinda.

Paquita sintió que su espíritu volaba al abandonar Tenerife. A Cesáreo le dijo que tenía asuntos que resolver en Melilla antes de la boda, como por ejemplo vender su casa. “Tengo muchas cosas que hacer…”.

Sí, tenía que seguir envenenando a su marido y a sus hijos con el medicamento adquirido en internet. Esas eran sus ocupaciones principales.

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