Una noche en las Urgencias donde violaron a una indigente, capital de los sintecho

Rafael, de 57, ha ido al Hospital a pasar la noche porque en su albergue no dejan entrar pasadas las ocho de la tarde y a él se le ha pasado la hora. Como él, entre cinco y veinte mendigos pernoctan en las sillas de espera de este centro público

Una noche en las Urgencias donde violaron a una indigente, capital de los sintecho
photo_camera Una noche en las Urgencias donde violaron a una indigente, capital de los sintecho

Según informa Eduardo del Campo en EL ESPAÑOL, dan las dos de la tarde en la sala de espera de Urgencias del hospital Virgen Macarena de Sevilla, en el distrito Macarena, junto al Polígono Norte, uno de los de menos renta de la ciudad. El edificio del Macarena colinda con el monumental Hospital de las Cinco Llagas, creado en el siglo XVI sólo para mujeres y ampliado después a hombres pobres. Esos gruesos muros que acogían a los enfermos de la peste albergan hoy a los diputados del Parlamento de Andalucía.

Cuando se entra por Urgencias, a la izquierda está el mostrador de Admisión; al frente, el guardia de seguridad y el pasillo que conduce a las consultas médicas, y a la derecha, la sala de espera de la zona de Clasificación. Esta zona está dividida a su vez en dos espacios: el primero según se entra tiene 42 asientos, y al fondo, separado por una puerta abierta y una mampara, hay otro con 31 asientos más dispuestos en siete filas, junto a los baños de mujeres y hombres y seis máquinas expendedoras de agua, refrescos, café y comida. En este recinto más pequeño y tranquilo, rotulado con el lema “Sala de espera de familiares”, fuera del ángulo de visión del puesto del vigilante, separado de la calle por un ventanal y otra puerta ahora cerrada, un grupo fluctuante de hombres y algunas mujeres, entre cinco y veinte según las jornadas, encuentra su refugio a cualquier hora del día y la noche. No tienen hogar y éste es su techo. La sala de espera de Urgencias. Su último recurso.

A esta hora, una mujer dormita tumbada sobre tres asientos pegados al ventanal, aprovechando que no tienen reposamanos que los dividan. Se cubre el cuerpo y la cabeza con una fina manta. Tiene sus cosas en una bolsa de plástico en el suelo. A los minutos llega un hombre, aún joven, que calza babuchas caseras de cuadros. Otra mujer se suma a él y se tumba como la otra en otra fila de asientos. Un hombre más, anciano ya, o eso parece, se une al grupo. Este hombre es español; sus compañeros de desventura, de origen árabe. El hombre mayor dice que él estaba aquí el jueves pasado por la mañana, 18 de enero, cuando llegó la Policía Nacional para detener a otro indigente acusado de haber violado minutos antes a otra mujer sin hogar que pasaba allí la noche al resguardo de la fría humedad de Sevilla, que te cala hasta los huesos. “Yo había salido y no me enteré hasta que vi a muchos policías”, dice el hombre.

Rafael Ruiz Ruiz, en la puerta de Urgencias, adonde fue a pasar la madrugada porque el albergue donde tenía plaza había cerrado

Fuentes policiales no identificadas (la Policía Nacional no ha publicado nota de prensa sobre lo ocurrido pero una portavoz confirma a EL ESPAÑOL todos los extremos de la noticia adelantada por Diario de Sevilla), detallan que el detenido, José Manuel G. R., de 44 años, con 12 detenciones anteriores(la Policía no ha precisado si algunas eran también por delitos sexuales), presuntamente aprovechó que una mujer que también dormía en estos asientos, aletargada por los efectos de un relajante, diazepam, le bajó los pantalones y las bragas y la penetró.

La mujer despertó al sentir un golpe en el pie y ver que el hombre le intentaba quitar siete euros que llevaba. No se había dado cuenta de la supuesta violación pero sentía dolor en sus genitales. Una segunda mujer que dormía en otra fila de asientos dijo que había visto cómo el hombre se echaba encima de ella y la violaba. Los gritos de las mujeres alertaron al guardia de seguridad. La Policía vino enseguida, detuvo al hombre (que está en prisión ahora) y acordonó la zona para recoger vestigios y tomar declaración a la testigo.

El hombre mayor señala al bulto de la mujer que yace encogida en la fila de asientos junto al ventanal y dice que fue ella la que lo vio. Unos minutos después la mujer se incorpora al igual que su compañera, porque ha venido el guardia de seguridad a decirles que tienen que salir. El guardia, de camino, le pide al periodista que no pregunte dentro de la sala a estas personas sobre la violación, para que no lo escuchen los familiares de los pacientes, pese a que no hay nadie más en este rincón.

El primer efecto de la noticia de la agresión sexual no ha sido darles más protección a esta pequeña comunidad de los sintecho del hospital, sino ir cerrándoles espacios. Por la noche, a partir de las diez, van a cerrar por primera vez esta sala anexa de espera para que nadie se quede a dormir dentro. El periodista le pregunta a la testigo qué pasó y la mujer, abotargada, balbuciente, como bajo los efectos de un sedante, evita responder.

En el despacho del gabinete de prensa del hospital, su responsable dice que nunca había ocurrido algo similar y que se trata de un suceso aislado en un espacio abierto las 24 horas del día, los 365 días del año.

Una planta por debajo, en el subterráneo, David Monge, delegado sindical de Comisiones Obreras en el hospital Virgen Macarena, y con años de experiencia en el mostrador de admisiones de Urgencias, critica que con la última reforma la sala de espera se dividió de modo que quedó una zona fuera de la visión del vigilante. Conduce de nuevo al periodista a Urgencias para enseñarle que hay una cámara de vigilancia en la entrada y otra en la zona principal de espera en Clasificación (colocada precisamente la semana pasada), pero ninguna cámara en el área más pequeña donde ocurrió la supuesta agresión sexual y donde se concentraban hasta ahora las personas sintecho para dormir. Pero más allá de la cuestión de la seguridad, David Monge explica que las Urgencias han sido refugio de indigentes desde hace muchos años, y advierte de que, dada su vulnerabilidad física y psíquica, extrema en muchos casos, el hospital no debe echarlos a la calle si no tienen otro sitio al que ir, aunque a veces huelan mal y eso moleste a los familiares de los pacientes. Lo ve como una regla humanitaria elemental.

“Muchas veces, si el guardia de turno no les deja quedarse a dormir, van al mostrador de admisión y piden que les vea un médico. Y no se les puede negar. Luego entran dentro, a la zona de traumatología o la de urgencias generales, y duermen allí”, cuenta el sindicalista. Un compañero de Monge que se une a la conversación detalla que a menudo la zona de espera para familiares junto a los baños, a donde se puede entrar libremente desde la calle, se llena de noche de personas sintecho que duermen, y que acaban “rebosando” y pasando a dormir también en los asientos de la zona principal frente a las consultas de Clasificación, donde espera el público general.

Sólo puede entrar con el enfermo a la zona interior restringida un acompañante, dos en casos de menores. Los demás allegados tienen que quedarse en este lado junto a la puerta de entrada, compartiendo sala con los ciudadanos sin vivienda. En algún caso los trabajadores han visto casos de picaresca de indigentes que venden la fila de asientos que ocupaban “por dos euros”. Por lo general no molestan a los demás usuarios en absoluto. Precisamente para que el vigilante de turno tolere su presencia, están callados y tranquilos, y para pasar más desapercibidos se quedan en la zona del fondo ocultos tras la mampara y junto a los baños y la máquina del café.

Sigue leyendo el reportaje en EL ESPAÑOL

Comentarios