Los museos sólo las quieren esclavas

La sociedad altera el significado de las obras de arte: lo que antes era un deseo machista, ahora parece una denuncia feminista, mientras los centros ignoran las obras de las pintoras

Los museos sólo las quieren esclavas - EL ESPAÑOL
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Según informa Pedro H. Riaño en EL ESPAÑOL, dicen del cuadro: es uno de los mejores retratos femeninos. “La postura de la dama, sentada en una silla ante un mirador, con las manos juntas sobre el regazo y un pañuelo bajo una de ellas y con un pie apoyado en un cojín bordado”. Cuando se pregunten a qué se refieren las críticas lanzadas por el feminismo contra la objetualización de la mujer recuerden estas palabras de Javier Barón, Jefe de Conservación de Pintura del Siglo XIX del Museo del Prado. Es la descripción que hace de Sabina Seupham Spalding, “tercera esposa de un banquero”, pintada por Federico de Madrazo, que el museo compró hace tres años.

Este lunes el Museo del Prado incorpora a la colección la EspejaJosefa del Águila Ceballos, otro retrato de Federico de Madrazo, que repite con exactitud el patrón de Sabina. La novedad de este caso es que lo comprado Alicia Koplowitz por encargo de Barón y lo ha donado al museo. Ha costado 300.000 euros. Será expuesta en la sala 62 B, espacio convertido en una colección de cromos de una clase alta aislada de la sociedad, que perpetúa al museo como un lugar al margen de la sociedad. La marquesa de Espeja es otro retrato de mujer portadora de calidades, florero: el terciopelo rojo del vestido, la textura de las perlas, del broche, las carnaciones y el cabello. Perfecto ejemplo del Madrazo más brillante y relamido.

La Espeja, Josefa del Águila Ceballos, pintada por Federico de Madrazo.

El Prado está mirando el siglo XIX con la mirada de un hombre del siglo XIX, un hecho que coloca a la institución al borde del infarto, por esclerosis clasista y machista. El museo se obstina en mantener una mirada cerrada y anacrónica, en una sociedad que reclama referentes ocultos en los almacenes o en el ostracismo. Es el caso de la pintora Rosa Bonheur (1822-1899), que hizo acto de presencia por las salas de museo hace un año, cuando emergió como estrella de la exposición temporal La mirada del otro.

Arrastre cipotudo

En aquella ocasión, el director Miguel Falomir definió el Prado como “un museo incluyente y no excluyente”. Fue una frase redonda, que no termina de adecuarse a los hechos. La personalidad irreductible de Bonheur fue condenada y retirada de la vista pública en cuanto pasó el subidón incluyente. Su espectacular cabeza de león africano (titulada El Cid) emergió y desapareció como estrella fugaz y la muestra quedó en blanqueamiento de esta revisión burguesa y cipotuda del XIX.

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