Muere Germán, el último habitante de las Islas Cíes: así fue su vida como Robinson Crusoe

- Vivía allí solo desde mediados de los 90. El último habitante del archipiélago fue un espíritu libre y querido por todos.

- Sus cenizas descansan ya en las Cíes, su paraíso, gracias a una colecta realizada por sus amigos.

Muere Germán, el último habitante de las Islas Cíes: así fue su vida como Robinson Crusoe
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Según informa Brais Cedeira en EL ESPAÑOL, cuentan los libros de historia que Francis Drake, acaso el más célebre corsario del siglo XVI, utilizaba las Islas Cíes como refugio en sus travesías hacia España. Libérrima, la calavera pirata de la Jolly Roger británica ondeaba libre y salvaje mecida por el viento. Debía de ser una señal, pues aquella bandera, símbolo de la libertad más salvaje y absoluta, dejó su espíritu en aquel lugar. No había para ella lugar más idóneo en el mundo. 

Cuatro siglos después, ese espíritu indómito permanecía en el archipiélago situado en la boca de ría de Vigo gracias al más célebre de sus habitantes, que no era otro que el último. Allí vivía Germán Luaces Freijeiro, 54 años de edad. A mediados de los noventa se instaló allí y ya nunca se volvi a mover. O Chuco, como le conocían casi todos en Cíes, falleció hace una semana rodeado de sus seres más queridos en el Hospital Álvaro Cunqueiro de Vigo.

Él se había encargado de que la bandera pirata nunca dejase de ondear a las puertas de su casa, encaramada en un alto de la playa de Nosa Señora en la isla de O Faro, la del medio, y su calavera indicaba el refugio de un hombre moreno, barbado, de rubia melena anudada casi siempre a la nuca con un moño inconfundible. Un hombre, lamentan sus más allegados estos días nublados y tristes de finales del otoño, hospitalario, generoso y bueno.  

Las puertas de la casa del último habitante de las islas siempre estaban abiertas para todo aquel que lo necesitase. Las Cíes son un paraíso natural al que cada verano más de 300.000 personas acuden a disfrutar de sus parajes. Si alguien se quedaba extraviado al partir el último ferry, casi con la puesta de sol dibujándose al fondo del archipiélago, aquel siempre había sido un lugar seguro al cual acudir.

Germán acogía a los viajeros en su humilde morada sin preguntar cuánto tiempo se iban a quedar a dormir. Él mismo era el tesoro escondido en las llamadas Islas de los Dioses.

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Refugio de marineros, colega de fareros, amigo de los guardas forestales de las islas, anfitrión de desconocidos. La sonrisa de Germán estaba siempre dispuesta para quien lo necesitase cuando lo necesitase. Eso era lo que recordaba estos días uno de sus allegados, con la herida de la pérdida todavía reciente y abierta. "Gracias por abrirnos las puertas de par en par y por reunirnos alrededor de esa mesa que cobijaba a todas las almas que pasaban por el camino. Eras un ser mágico, con luz... Buen camino, pirata".

La vida de Germán siempre estuvo ligada al mar. Su padre fue Germán Luaces Carballada, capitán de la Marina Mercante, profesor del Instituto Náutico-Pesquero de Vigo, capitán del buque Campaláns, un buque histórico, el primero con casco de hierro elaborado en Vigo, una embarcación que logró la medalla al mérito naval con distintivo rojo gracias a su heroica participación en la extinción del incendio del Polycommander, petrolero protagonista de otro trágico naufragio al borde de las costas gallegas que tiñó de fuel las aguas de las Islas Cíes en el año 1970.

Como su padre, a Germán le tocó vivir la crudeza de un vertido que amenazó de muerte a las costas gallegas. La mañana del 5 de diciembre de 2002, el famoso y mullido arenal de Rodas y el resto de playas de las islasamanecieron teñidas de negro por el fuel. La marea negra del Prestige alcanzaba el Parque Nacional de las Islas Atlánticas, amenazando la mayor reserva ecológica de las rías gallegas.  

Ese día se recogieron 800 toneladas de chapapote. Como siempre, la casa de Germán estaba abierta. En esos días negros su vivienda acogió a los marineros que llegaron de los puertos más cercanos para salvar a las islas. Allí se alojó, comió y se desahogó todo aquel que se acercó a echar una mano. 

Las Cíes se salvaron, y El Chuco siguió viviendo en ellas. Pronto regresó la avalancha de turistas. El verano siempre es la época de mayor trasiego este paraíso natural. El cámping casi siempre está a rebosar en época estival. Las nueve playas del archipiélago reciben a viajeros de todo el mundo, y en su orilla fondean decenas de yates procedentes de todos los puntos de las Rías Baixas. Los caminos agrestes que conducen a los monumentos naturales son transitados por innumerables senderistas, deseosos de trepar hasta los rocosos miradores del Alto del Príncipe o hasta el del faro.

Sus cenizas descansan en la isla

Fue testigo de la masificación de las islas, de acampadas hippies bajo las estrellas del verano, de mil y un temporales. Él seguía siendo el de siempre. Cuentan quienes le conocen que era él, y solo él, el mejor anfitrión posible para reunirse en torno a una mesa y conversar durante horas bajo la tibia puesta de sol y las estrellas. En el medio de todo, Germán. Siempre Germán. 

En invierno su vida resultaba mucho más apacible. No dejaba nunca de cuidar a sus gallinas y a sus gatos, que deambulaban libres por las inmediaciones del refugio. Sus eternos vecinos, las gaviotas, los cormoranes y los vigilantes del parque. También los amigos y los marineros de Vigo, de Baiona, de Panxón o de Cangas: todos ellos lamentan su partida. 

La noticia de su fallecimiento corrió esta semana como la pólvora en los puertos más cercanos al archipiélago. Sus amigos organizaron una colecta para conseguir los 2.400 euros que valía la incineración del último habitante de las islas. Cientos de personas pusieron su granito de arena yacudieron al tanatorio a darle el último adiós a un hombre al que todos, habiéndole conocido más o menos, conservaban en su memoria como un amigo para toda la vida. 

La ceremonia fue el martes. Los amigos cubrieron el féretro con la Jolly Roger y procedieron a la incineración del cuerpo. El jueves, a las 10 y media de la mañana, decenas de personas embarcaron en el puerto de Vigo rumbo a las islas para darle allí el definitivo adiós. No faltaron las gaitas y los tambores, cuya melodía escoltó la urna con las cenizas de Germán hasta el último momento. Así lo habría querido él.

Fue su último viaje a las islas que le acogieron como a una más de sus criaturas. Allí fue feliz y allí descansa ya para siempre, en su hábitat natural, en el ecosistema salvaje que le vio crecer. Se marchó de este mundo tras pasar largos años luchando con fiereza contra el cáncer, el único que consiguió doblegar su espíritu indomable. Sus amigos esparcieron sus restos por los lugares que solía transitar. El barco que les condujo hasta el archipiélago lleva por nombre Piratas de Cíes. No podía ser otro.

Fuente: EL ESPAÑOL

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