Los Montoya, los gemelos asesinos de mujeres: Laura no sabía que su vecino era uno de ellos

- Bernardo -el detenido por la muerte de la profesora- y Luciano, de 50 años mataron a dos mujeres (en 1995 y 2000) tras colarse en sus casas. 

- Adicto a la heroína y a la cocaína tendrá un perfil duro ante los investigadores: será complicado que se derrumbe tras 20 años entre rejas.

Los Montoya, los gemelos asesinos de mujeres: Laura no sabía que su vecino era uno de ellos - EL ESPAÑOL
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Un reportaje de Eduardo del Campo publicado en EL ESPAÑOL

Hace pocas semanas, un desconocido solitario se instaló a vivir en el número 1 de la calle Córdoba, en El Campillo, un pueblo de 2.000 habitantes en la comarca minera de Huelva. Su octogenario padre, Manuel, que hace una década había comprado esta vieja casita, había venido después de este verano y había comunicado a un vecino de calle que dentro de poco un hijo suyo “que viene de Barcelona” iba a mudarse a la vivienda, que llevaba años vacía. No dijo nada más sobre el pasado de este vástago suyo. Lo suficiente para que nadie se extrañara cuando lo vieran. El hijo era Bernardo Montoya, quien ha sido detenido por el rapto y muerte de Laura Luelmo. Hermano gemelo de Luciano Montoya: ambos suman ya dos asesinatos de mujeres. Laura, podría ser la tercera víctima si se confirman las sospechas.

Bernardo llegó a El Campillo, a bordo de un coche Alfa Romeo negro del año 1998. Era un hombre de mediana edad, con perilla y pelo corto canosos, de alrededor de 1,70 o 1,72 de estatura, de complexión delgada y atlética, de músculo apretado. Lucía un tatuaje en el brazo izquierdo y una cadena plateada con una cruz colgante. El desconocido no tenía relación con los vecinos de la calle más allá de un saludo correcto al cruzarse con ellos. Pasaba mucho tiempo sentado en un sillón en la puerta de la casita; cuando hacía sol, en camiseta de tirantas. No llamaba la atención. No sabían ni cómo se llamaba. Para algunos, era sólo “el gitano” nuevo de arriba de la calle Córdoba.

En la primera semana de diciembre, ocurrió una novedad en su vida. Una joven llegó a para vivir sola en la casita de enfrente, a cinco metros de distancia, la del número 13. Era la casita que el padre del desconocido había construido sobre un solar y que luego había vendido a la actual propietaria, que se la había alquilado a la recién llegada. Desde la ventana de su pequeño dormitorio-salón, amueblado con una cama, un televisor, una nevera, un sillón y un aparador, el hombre podía ver la puerta de la casita de su vecina. Pero también podía observarla más de cerca aún cuando se sentaba en su propia puerta y la veía entrar y salir.

Así es por dentro la 'casa guarida' desde la que Bernardo Montoya controlaba a Laura Luelmo

Hace este miércoles una semana, la joven llama por teléfono a su novio, que vive lejos de El Campillo, y le dice que va a salir a correr por los alrededores. Es su último rastro de vida. Al saltar la alarma por su desaparición, España descubre quién es Laura Luelmo como si fuera un ser querido de la familia a quien se conoce muy bien: tiene 26 años, mide 1,65, luce melena castaña lisa, es delgada; en las fotos que ella comparte en sus redes sociales posando con su mejor sonrisa, y que sirven a sus buscadores para difundir el mensaje urgente de que hay que encontrarla, se ve que está en la flor de la vida.

En lo profesional, Laura es profesora de artes plásticas e ilustradora; como ciudadana, combate con la palabra las injusticias y la violencia, también la del machismo. Es de Zamora y ha dejado allí un puesto de profesora interina para aceptar una sustitución en Andalucía, en el instituto de secundaria Vázquez Díaz de Nerva, dando clases de plásticas desde el 4 de diciembre. Ha alquilado su modesta casita en El Campillo, a 8 kilómetros de Nerva. Va y viene en su coche, un Kia azul oscuro modelo Cerato. Después del puente de la Inmaculada, reanuda la incipiente rutina de trabajo y paseos. Pero al tercer día de su segunda semana en el pueblo, desaparece.

Al no contestar al teléfono, sin señal desde las ocho de la tarde del mismo día, y no acudir al instituto al día siguiente, su familia denuncia que algo le ha pasado. Sólo había salido a correr un rato en ropa deportiva. El viernes la buscan más de 200 personas entre guardias civiles, voluntarios y miembros de Protección Civil, y su nombre, su rostro y su vida son ya conocidos por todos: es entonces, paradójicamente, gracias al drama y a los medios de comunicación, cuando muchos de los vecinos de su pequeña calle se enteran de quién es la joven que acababa de llegar hace unos días a la casa del número 1, frente a la del desconocido. No les había dado tiempo de hablar con ella; alguno, incluso, sólo había visto su coche azul y se había preguntado de quién era. Entre el jueves y el viernes ya se sabe todo de la vecina Laura. Entonces empiezan a preguntarse quién es de verdad el vecino de enfrente.

Según se ha conocido este martes, Laura murió dos o tres días después de la desaparición de aquel fatídico miércoles. Por lo que mientras la búsqueda de la joven profesora ya se había activado y cientos de personas intentaban conocer su paradero, ella seguía -todo apunta a que raptada- con vida. Murió el 14 o 15 de diciembre, según el primer estudio, de un fuerte golpe en la cabeza con un palo o una piedra. Algunas heridas en su cuerpo indican que trató en todo momento de defenderse.

Los Montoya, rumbo a Huelva por Los Aguilera

El detenido, el principal sospechoso desde el inicio, el vecino de enfrente se llama Bernardo Montoya Navarro y tiene un hermano gemelo, Luciano. Nacen hace 50 años, en 1968, en el seno de una familia numerosa de Badajoz que acaba emigrando a Cataluña, a la provincia de Barcelona. En la primera mitad de los años 90, la pareja de hermanos se muda con sus padres al pueblo de Cortegana, en la sierra de Aracena, provincia de Huelva, donde entre sus 5.000 habitantes vive un grupo importante de vecinos gitanos de unos 250 miembros, concentrados sobre todo en el barrio de Las Eritas.

Su vínculo con Cortegana se debe a que la familia Montoya ha entroncado aquí con la de los Aguilera. En Barcelona, en Lloret de Mar, se quedan otros hermanos mayores. Las acciones de los hermanos Bernardo y Luciano romperán la vida de toda Cortegana en poco tiempo. A finales de 1995, Bernardo, enganchado a la heroína y la cocaína, se cuela en la casa de una vecina del pueblo , Cecilia, de 82 años, para robar. La anciana lo sorprende, él le clava un cuchillo en el cuello y huye. La víctima sobrevive y lo denuncia. Mientras está libre a la espera del juicio por el asalto a a la anciana, en el que se le acusa de allanamiento de morada y lesiones, una noche, sobre las 23.30 horas del 13 de diciembre de 1995 -el mismo día en que 23 años después desaparece Laura), Bernardo coge un machete y se cuela en la casa de la denunciante por el hueco de una ventana, empujando el cristal. Su intención es impedir que Cecilia declare en su contra. Acallarla.

Bernardo Montoya tiene 50 años y 20 de ellos los ha pasado en prisión

Bernardo se esconde detrás de la puerta del dormitorio y cuando entra la mujer la ataca con el machete como un depredador humano. Le asesta una primera puñalada en la región dorsal y ya con Cecilia en el suelo le da otras seis puñaladas en el cuello hasta matarla. El asesino ingresa cinco días después en prisión, el 18 de diciembre -el mismo día en que lo detendrán por el crimen de Laura 23 años después-. El 5 de noviembre de 1997 la Sección Primera de la Audiencia Provincial de Huelva lo condena a 17 años y 7 meses de cárcel: 15 años de prisión y destierro de Cortegana durante cinco años por un delito de asesinato; 2 años y 7 meses de cárcel y pago 2.700 euros de multa por un delito de obstrucción a la justicia y 2 meses de arresto mayor y 600 euros de multa por un tercer delito de allanamiento de morada.

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