Según informa Andros Lozano en EL ESPAÑOL, imagine una pequeña ciudad española al sur de la península ibérica con una extensión de 19 kilómetros cuadrados, 63.000 habitantes, un 33,5% de desempleo y un paraíso fiscal como vecino. Imagine que tiene una inmensa bahía a su alrededor y que las playas más al norte de Marruecos están a unas 18 millas de distancia. Un salto.
Imagine que por sus calles, gracias a la protección continua de medio centenar de jóvenes, se pasea un hombre en busca y captura al que las autoridades policiales consideran el mayor traficante de hachís de Europa. Y que ese hombre se llama Antonio Tejón. Le apodan el Castaña. Perseguido por la ley, el fugitivo se mueve en scooter y lleva casco para no ser reconocido. Antes de salir a la calle, sus chicos se coordinan mediante walkies para supervisar el recorrido y el lugar de destino de su jefe.
Imagine que su clan de narcos la emprende a tiros contra la Policía Nacional o contra las bandas de ladrones rivales, que cobra un impuesto a quienes quieren introducir hachís por sus playas, que mantiene económicamente a las mujeres e hijos de sus empleados presos o que, cuando uno de sus chicos, sobrino carnal de su mujer, cae detenido y los policías lo llevan al hospital porque está herido, otros subalternos suyos acuden a rescatarlo a la fuerza.
Imagine que desde hace un tiempo a esta parte, el Castaña se ha aliado con otros clanes de menor rango para trabajar a modo de cooperativa. Por la playa de Levante de La Línea operan los chicos de Antonio Tejón en colaboración con el Francés, los Cocos o los Merinos. Por la de Poniente, los Pantoja, el Tinte y la banda de Tony. Hay otros, pero menos activos. Colaboran para abaratar costes. Y se guardan respeto mutuo.
Imagine que algunos traficantes de esa ciudad llevan tatuados en su piel la persecución de una lancha de hachís por el helicóptero de la Policía Nacional. O que saben en todo momento dónde está cada efectivo de la Guardia Civil. O que unas 600 familias trabajan directamente para el gran narco, que tiene decenas de millones de euros escondidos en el subsuelo de la urbe. Imagine que su hermano pequeño y mano derecha, Isco, también prófugo, se cobija en el diminuto y vecino paraíso fiscal sin que nadie lo altere.
Imagine que los operarios de los tractores del ayuntamiento están amenazados de muerte: si colaboras a la hora de retirar una lancha, te pegamos un tiro en la cabeza. O imagine que un día cualquiera, debajo de una ducha con tuberías y desagüe, hay escondidos 6.000 kilos de resina de cannabis a los que sólo se puede acceder con un mando a distancia que acciona el mecanismo que eleva el suelo de dicha ducha hasta un metro de altura.
Imagine…
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