Marly ha roto su silencio atendiendo a El Español porque su abogado ha presentado un recurso de apelación ante la Audiencia Provincial de Murcia solicitando que su hija, Hagatha, de 19 años, quede en libertad condicional mientras se fija la vista oral en la que se enfrentará a un jurado popular por el homicidio de su hermano, Wellington, de 26 años. “Estoy luchando por Hagatha porque es lo último que me queda en la vida”. No habla en vano Marly porque la única familia que tiene en España es su hermana, Mar Lucía, sus tres sobrinas y su hija a la que solo puede ver los fines de semana.
“Mi hijo está enterrado en el cementerio, mi hija en la cárcel y desde entonces yo estoy condenada a vivir en soledad”. La reflexión de esta madre es tan brutal como el dolor que padece a diario por la forma en la que ha perdido a sus dos hijos, pero se niega a dejar de pelear legalmente por pasar tiempo junto a Hagatha en libertad, antes del juicio que previsiblemente se celebrará en la primavera de 2020. “No puedo hundirme porque mi niña me necesita y me gustaría estar con ella para que pueda sentirse segura para luchar por su defensa porque lo que ocurrió fue un accidente: no hay un día de mi vida que no eche de menos a mis dos hijos”. Ese sentimiento lo conoce de sobra esta mujer porque hace 13 años y medio ya lo sufrió de otra manera cuando hizo la maleta para marcharse de Brasil con el objetivo de labrarse un futuro laboral en España que le permitiera mantener a sus dos niños.
“Mi primer marido era un golfo al que solo le gustaba estar de fiesta y después de divorciarme tuve que emigrar porque no me pasaba ninguna pensión”. En Barra do Garças, un municipio brasileño perteneciente al estado de Mato Grosso, Marly dejó atrás a Hagatha, cuando solo tenía 4 añitos, y a Wellington, justo al inicio de su adolescencia con 12 años. “Mi hija se quedó con una sobrina mía y mi madre se quedó con mi hijo, tomé una decisión muy difícil y complicada”. Casi tanto como el panorama que se encontró al instalarse en la Región de Murcia donde comenzó a trabajar deslomándose limpiando casas particulares y entabló una tortuosa relación sentimental con un vecino de Alcantarilla.
Cocaína, alcohol y palizas durante cinco años
El inicio de su noviazgo con este alcantarillero que estaba empleado en una empresa cárnica fue idílico y le animó en enero de 2011 a traerse a España a su hija pequeña, pero a partir de ese momento la convivencia se tornó infernal. “Nos instalamos en una casa de la pedanía murciana de Sangonera la Seca y cuando llegaban los fines de semana, mi pareja consumía alcohol y cocaína y perdía la cabeza: me insultaba y me pegaba hasta llenarme toda la cara de moratones”.
Las palizas que sufría Marly también pasaban factura psicológica a su hija que siempre se escondía en un rincón de la casa mientras su madre recibía un golpe tras otro. “Cuando Hagatha se iba a la cama a dormir a veces escondía un cuchillo debajo de su almohada porque tenía miedo”. Esta brasileña aguantó durante más de cinco años las agresiones verbales y físicas de su pareja hasta que la abandonó para instalarse con su hija en un céntrico y humilde piso en Molina de Segura. Esta madre coraje llegó a tener tres trabajos –de asistente de hogar, de camarera en cafeterías y de limpiadora en un gimnasio- para reunir el dinero suficiente para traer a España a su hijo mayor. “Pasaron diez años hasta que volví a reencontrarme con mis dos hijos”. En octubre de 2016, Marly y Hagatha se desplazaron al aeropuerto de Madrid-Barajas Adolfo Suárez para dar la bienvenida a Wellington. Hubo muchos abrazos y besos emocionados. La familia comenzaba una nueva etapa conviviendo en Molina de Segura.
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