Javito, ‘el Vaquilla’ del s.XXI: el valenciano que ha robado 1.000 coches en un año

Sus amigos le llaman Javito o Papelito, el mote heredado de su padre. La Policía le dice "Zipi Zape" por el tatuaje que lleva en las manos. Alunicero, camello, secuestrador... llegó a ser detenido una vez cada tres días. Tiene 23 años

Javito, ‘el Vaquilla’ del s.XXI: el valenciano que ha robado 1.000 coches en un año - EL ESPAÑOL
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Según informa Andros Lozano en EL ESPAÑOL, a Javier Lozano Toral casi nadie le conoce por su nombre de pila salvo en su casa, en los juzgados valencianos y en cárceles como la de Picassent. En la calle algunos le llaman Javito. Otros, a causa de una herencia familiar, le dicen Papelito: es el mote de su padre. En cambio, para muchos policías y guardias civiles de la capital del Turia y de los pueblos de alrededor es Zipi Zape. Se debe a las letras tatuadas que luce en la primera falange de los dedos de sus manos. Se las grabó en la piel por sus dos hermanos pequeños, uno rubio y otro moreno.

A sus 23 años Javito ya es un mito entre los quinquis de Valencia. Muchos piensan que su figura será recordada como la de Juan José Moreno El Vaquilla, aquel gitano barcelonés adicto a la heroína y al robo de coches que en los 70, con nueve años, ya sirlaba bolsos por las calles de la ciudad Condal.

Javito es hoy, en pleno siglo XXI, El Vaquilla valenciano: en su niñez, con 11 o 12 años, se hizo un niño atracador; luego, con la mayoría de edad y tras pasar por un reformatorio, se convirtió en adicto a fumar coca en base, en alunicero, en camello… Pero ahora dice estar de retirada. “Ya no quiero esa vida”.

Pese a su juventud, Javier Lozano Toral está considerado el mayor ladrón de coches del Levante español. Cuenta que en sólo un año llegó a robar más de 1.000 vehículos, aunque no descarta que pudieran ser unos cuantos más. “Cada día me hacía tres, cuatro, cinco… Haz números”, dice a EL ESPAÑOL, único medio con el que ha accedido a contar su historia por primera vez y con quien se cita sólo 15 días después de su última salida de prisión.

“Conduciendo me siento libre”, asegura Javito, chaqueta de cuero, vaquero estrecho, voz nasal. Sus palabras recuerdan a aquella canción que Los Chichos escribieron sobre la figura de su antecesor catalán. “Él nació por amor un día libre / libre como el viento, libre / como las estrellas, libre / como el pensamiento / Profesión, roba lo que puede, roba / porque le enseñaron, era / era muy pequeño, solo / solo vio lo malo. Tú eres el vaquilla, alegre bandolero…”

Inicios de una vida sin freno

Javier Lozano nació en Moncada (Valencia) en 1994. Es el mayor de cinco hermanos. Su abuela paterna era de etnia gitana. El resto de su familia es paya. Su infancia transcurrió de pueblo en pueblo: Xirivella, Bétera, Mislata…

Javito asegura haber robado más de 1.000 coches.

Son las nueve de la noche. Javito se sienta a la mesa de un bar de Mislata, un pueblo de la periferia de Valencia. Pide un refresco de cola. Lo acompaña con medio chivito, un bocadillo de ternera, beicon, huevo frito, queso en lonchas y lechuga. Luego, tras el encuentro y antes de que el reportero pague la cuenta, pedirá un paquete de tabaco. “No me he traído un duro”, dirá. “Hasta que no cobre mañana estoy sin blanca, tete”.

Desde que salió de prisión, hace dos semanas, Javier trabaja pintando las escaleras de un edificio de Mislata junto a su padre y uno de sus hermanos, Zape. “Quiero dejar ese mundo. Pero no sé si podré. No me arrepiento de nada. Si la Justicia estuviera en mis manos… Pero no quiero volver a la cárcel, hay mucha soledad”.

Javito habla tranquilo, pausado, tratando de contar su historia trayendo al presente detalles de su pasado. Recuerda que a los 11 o 12 años, no sabe concretar con exactitud, cometió sus primeros robos a chavales que encontraba por la calle. Les sacaba un cuchillo jamonero o la navaja y les pedía el dinero que llevaban encima.

“Me iba a Nuevo Centro -una zona comercial de Valencia- y le sirlaba a los chiquillos de mi edad o un poco más mayores todo lo que que tenían: móviles, el dinero que llevaban para comprarse ropa...”.

- ¿No te daban pena?

- Pena la mía, que no tenía ná.

Entonces llegaron sus primeros cigarros, los porros… Poco a poco los robos de Javier fueron haciéndose más frecuentes. A los 14 años comenzó a escaparse del colegio junto a varios de sus amigos. También se juntaba con un chico siete años mayor que él, que le enseñó mucho de lo que ahora sabe. Los dos, a bordo de una motillo Scouter, robaban en estancos, en farmacias o en perfumerías. “Aquello duró poco. A los 16 me metieron en un reformatorio”, dice Javitoentre mordisco y mordisco de bocadillo.

Un piso para vender droga

Javier estuvo interno en un reformatorio de Godella hasta los 18 años. Al salir, pese a sus primeros intentos por evitarlo, acabó delinquiendo. Se calmó durante varios meses. Trabajó como albañil, recogiendo chatarra.... Pero al poco de quedar en libertad, su padre le dijo: "Javi, alquílate un piso, le pides a tu primo material y te pones a vender”.

Javito siguió los consejos de su padre. Arrendó una vivienda en un tercer piso de un edificio de Moncada, su pueblo natal. Allí levantó un punto de venta de drogas. Suministraba cocaína, marihuana y heroína.

“Tenía colas en la escalera. Cada día llenaba de dinero una caja de zapatos. Me suministraba la droga un primo, pero con el tiempo me empezó a faltar el dinero y el material, me rayé y reventé el piso”, cuenta. Cuando llegó la Policía recibió “a los maderos” con dos machetes que tenía colgados en la pared de una habitación. “Estaba acabado. Se me fue la cabeza. Aquel día venía de fiesta muy rayado”.

Por ese tiempo, El Vaquilla valenciano ya se había convertido en un adicto a fumar cocaína en base. Frecuentaba fumadores del barrio chino de Valencia, contrataba prostitutas y vagaba sin rumbo durante semanas. Era una máquina de gastar dinero.

Un año de cárcel

Pese a convertirse en camello de drogadictos, lo que de verdad le gustaba a Javier Lozano era robar. Y si se trataba de coches, mejor, aunque eso vendría tiempo más tarde. Primero empezó dando palos con uno de sus primos. Usaban una furgoneta para cargar todo lo que conseguían robando en chalets y en naves industriales.

Se llevaban televisores, máquinas tragaperras, cobre, aluminio…. Dice Javitoque fueron seis meses de desenfreno: hacían butrones, tiraban tabiques, cortaban vallas. Lo que fuera necesario para llevarse el botín. Javier apenas pasaba por casa. Dormía en un tráiler abandonado.

Pero Zipi Zape duró poco más de un año en la calle. Un juez lo condenó por uno de aquellos robos. “Fueron cientos, pero sólo me pillaron por uno en el que llevábamos 2.000 kilos de aluminio”, cuenta sentado a la mesa del bar. “La furgoneta nos dejó tirados, se acercó una patrulla de la Guardia Civil a ver qué nos pasaba y cuando vio lo que llevábamos dentro nos trasladó a comisaría”. Y de ahí a la cárcel, donde pasó un año entre rejas.

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