Javier, el detenido por asesinar a Paz, alardeaba de ser su proxeneta y ofrecía sus servicios

Javier Ledo Ovide, ya en prisión, comentaba en los bares de Navia que tenía a dos trabajadoras sexuales en Gijón y presuntamente ofertaba los servicios de Paz por un precio de 100 euros

Javier, el detenido por asesinar a Paz, alardeaba de ser su proxeneta y ofrecía sus servicios - EL ESPAÑOL
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Según informa David López Frías en EL ESPAÑOL, nadie habla bien de Javier Ledo. Sobre el presunto asesino de la gijonesa Paz Fernández nadie tiene una buena palabra en Navia, el pueblo donde creen que él la mató. Ahora que Javier ha confesado el crimen, ahora que el juez le ha impuesto prisión sin fianza, ahora que ya no ronda por las calles, la gente empieza a soltarse. Y nadie, absolutamente nadie, tiene una opinión positiva de él.

Dicen que es un ladrón, un chorizo de poca monta, un traficante del tres al cuarto, un fanfarrón, un fantasma y un mentiroso compulsivo. Pero sobre todo, lo que más se comenta estos días en Navia es que Javier Ledo presumía de vivir de las mujeres. De ser un proxeneta. “Decía que tenía a dos chicas trabajando para él en Gijón, y que a veces se traía a una de ellas al pueblo”, resume un vecino. Esa chica, según cuentan varios testigos de Navia, sería Paz Fernández, cuyos servicios sexuales habría ofrecido a algunos residentes.

Esta es una de las conversaciones más recurrentes en los bares de Navia desde que el pasado día 6 de marzo apareció el cuerpo sin vida de Paz Fernández Borrego flotando en el embalse de Arbón. Para los vecinos, Javier siempre fue sospechoso. Primero de la desaparición. Y cuando apareció el cadáver, de ser el autor del crimen. “¿Cómo no iba a ser sospechoso, si siempre que ella venía estaban juntos?”, cuentan en la puerta del San Francisco, el hostal donde se tenía que hospedar Paz la noche que la mataron.

La ofrecía por 100 euros

Aún no se sabe qué ha declarado Javier a la Guardia Civil, pero sí que se conocen las bravuconadas que soltó a los parroquianos de los bares los días antes del crimen. “Venía a contar que tenía a dos mujeres trabajando para él. Que la que mejor trabajaba era la rubia y que por eso pedía cien euros por ella. Y eso te lo contaba sin que le preguntases. Todos sabíamos quién era la rubia, porque ella ya había venido varias veces por aquí y siempre estaba con él”; explica un cliente del Café Avenida, uno de los últimos bares donde vieron a la pareja.

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