Isabel Padilla, la sacrificada esposa que mató a su marido y dos hijos con insulina

- Asesinas con historia (I). Todo el barrio admiraba a Isabel por su abnegada dedicación en el cuidado de su familia enferma. 

- Primero murió Pedrito, luego el marido y luego la pequeña Susana. Otros dos hijos se salvaron al ser detenida. 

- Isabel sufría el síndrome de Münchhausen, provocó las enfermedades de sus hijos. El suceso conmovió a la España de los 90. 

Isabel Padilla, la sacrificada esposa que mató a su marido y dos hijos con insulina - EL ESPAÑOL
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Un reportaje de Mari Pua Domínguez publicado en EL ESPAÑOL

Cementerio de La Unión (Murcia). Julio de 2008. Nadie echa un puñado de tierra -de esta tierra que la vio nacer y se la traga ahora con ganas de enterrarla en lo más profundo-. Nadie arroja una flor, ni un recuerdo, ni nada, sobre el féretro de Isabel Padilla mientras es sepultada y el eco de su ignominiosa presencia en el mundo se borra, por fin, para siempre. No habrá eternidad para ella, como tampoco hay apenas compañía en su último adiós, más que la de un calor sofocante y el intenso deseo, que flota en el aire, de que jamás hubiera existido la pesadilla que ella causó.

Por la localidad murciana de La Unión se extiende ese día un silencio que acompaña el anhelo común de todos sus habitantes. Ojalá no fueran ciertas las tres muertes (a las que hay que sumar otros dos intentos) provocadas por la mente perversa de Isabel, una mujer capaz de querer acabar con toda su familia 26 años atrás. Lo consiguió a medias.

Calle del Arco. Agosto de 1982. En la radio suena el último éxito musical del momento, “Amor de hombre”, del grupo Mocedades. “Ay, amor de hombre, que estás haciéndome llorar una vez más, sombra lunar que me hiela la piel al pasar”, escucha Isabel y se emociona. Se acerca a Pedro, su marido, que descansa en el sofá medio adormilado, le acaricia el cabello y le sella la frente con un beso de dudosa intención. Es el beso más traicionero desde el origen de los tiempos pero eso nadie lo sabe más que Isabel.

Pedro lleva meses renqueando de salud. En las últimas semanas, su esposa no ha hecho otra cosa que acompañarlo al hospital para que le hagan pruebas pero no dan con la dolencia.

Llaman a la puerta. Es Ramona, la vecina de al lado, “toma, Isa, te traigo un caldito para tu marido, es que lo he hecho esta mañana y está buenísimo, ¿puedo pasar a verlo…?”. Aunque Isabel iba a negarle el paso con una excusa, la mujer se ha colado como un torbellino, “¿te has enterado de lo de Suárez? Ha formado un partido nuevo, el CDS, que eso es el Centro Democrático y… ay, espérate que no me acuerdo, ¡ah, sí!, y Social”.

Consigue aturdir a Pilar con tanta verborrea mientras que Pedro ni se entera

-Pues no lo veo tan mal -dice Ramona por animar-.

-El que está peor últimamente es Pedrito, mi hijo -le explica Isabel-. Ya no sé qué hacer con él, mi niño, el pobre. Y mira que visitamos a médicos, a muchos, y que les insisto en que el crío algo tiene, pero nada. Que no atinan con lo que es. Puede que sea algo hereditario. No sé. Pobre…

Isabel, abnegada y ejemplar ama de casa de 34 años, humilde y sin estudios, reprime unas lágrimas que parece destilar para humedecer su conciencia. Se lleva una mano al pecho en actitud doliente. La otra la deja en el regazo en el que acunó a sus cuatro hijos.

-Pobrecita tú –la consuela su vecina-, dedicada en cuerpo y alma a tu familia. No imagino lo que debes de estar pasando con tanta enfermedad. ¡Qué impotencia! Si es que te pasas la vida en urgencias.

-¿Y qué voy a hacer? Al menor síntoma los llevo al médico, no sea que se trate de algo malo. Mis hijos me dicen que soy una pesada. Qué sabrán ellos.

uervos… Cuenta conmigo para lo que necesites.

Cruzándose con tal ofrecimiento, Isabel ha atravesado el salón hasta la cocina para hacer una gran infusión de tila que reparte en dos tazones. Le echa unas gotas a cada uno y se lo lleva a sus dos pedros del alma. “Ay, amor de hombre, que se enreda en mis dedos, me abrasa en su brisa, me llena de miedo”, expira la canción.

-¿Qué tiene mejor que hacer una madre, que cuidar de los suyos? Ellos me necesitan, ya lo ves –dice girándose lentamente hacia Ramona, en quien clava la mirada.

Cuidados mortales

La comunidad de vecinos está acostumbrada al trasiego médico de la familia de Isabel. Les preocupa que sus miembros tengan algún virus extraño que les pueda contagiar, por eso de vez en cuando aparecen por casa interesándose por la evolución de los enfermos. Y siempre salen con la compasión enquistada en el alma: “Esto no es vida, lo que aguanta esta pobre mujer…”.

Hasta que su hijo Pedrito empeora gravemente. Isabel no se mueve de su lado, incorporándolo a cada tanto con almohadas apoyadas sobre el cabecero de la cama y pendiente en todo momento de aliviarle las molestias. Parece consumirse con las horas. “Toma esta manzanilla, cariño, ya verás como te sientes mejor”.

Sabe raro, mamá.

-Eso es porque tienes el estómago revuelto. Anda, bébetelo.

-El chico ingresó de urgencia en el hospital con síntomas de hipoglucemia. Le extirparon el páncreas, a pesar de lo cual falleció a los pocos días. Su muerte conmocionó al vecindario y convirtió a Isabel en una sombra que deambulaba enlutada por las calles de La Unión. A su paso, la gente veneraba con respeto su resignación ante los pesares de la vida.

-Los siguientes seis años los pasó de ingreso en ingreso en el hospital con su marido. Mientras España revivía con unas elecciones generales, en octubre de aquel mismo año, en las que se produjo el triunfo histórico del PSOE, o vibraba con un referéndum sobre la permanencia en la OTAN, en marzo de 1986, la vida de Pedro Pérez se fue apagando. En su hogar no cabían las buenas noticias, ni los cambios sociales, ni las pequeñas revoluciones, sino tan sólo enfermedad.

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