La hija del pintor alcohólico que se hacía pasar por Antonio López

La artista Rebeca Khamlichi abandona su imaginario de vírgenes pop para empuñar la memoria y la palabra: en 'Las hijas de Antonio López' repasa una infancia marcada por la violencia y el fanatismo religioso

La hija del pintor alcohólico que se hacía pasar por Antonio López
photo_camera La hija del pintor alcohólico que se hacía pasar por Antonio López

Según informa Lorena G. Maldonado en EL ESPAÑOL, esta es la historia de una niña que nació mono. Al menos, así se sentía Samira: casi se hicieron corpóreas sus orejas de diminuto simio, su larga cola, sus ojos vidriosos de animal aterrado. “Era un mono encerrado en una jaula de dolor y violencia, sin salida frente a un mundo que me miraba indiferente desde el otro lado de los barrotes y que no hacía nada por ayudarme”, escribe Rebeca Khamlichi en Las hijas de Antonio López (editorial Bridge). La artista era conocida, hasta ahora, por sus lienzos de vírgenes pop: muñecas sacras y coloridas que, en vez de al niño Jesús, sujetan a Batman o guardan en el pecho una hamburguesa ardiente donde habría de ir un corazón. ¿Y las aureolas divinas? Donuts rosas glaseados.

Su imaginario cándido y alegremente transgresor se ve interrumpido por una dosis amarga de realidad: en este libro ilustrado, donde se araña la propia memoria y la vomita en imágenes y palabras, Khamlichi repasa la dolorosa infancia de dos niñas desde los ojos irónicos de la adulta en la que una de ellas se ha convertido. “Me gustaría poder decir que Las hijas de Antonio López es un ajuste de cuentas con la vida. Pero no puedo, porque la vida nunca nos debe nada, por mucho que nos quite. Y por eso nunca nos lo devuelve. Lo perdido, perdido está. Sólo queda mirar hacia adelante y proteger lo que está por llegar”, dice la autora.

Una de las ilustraciones de Rebeca Khamlichi en su libro Las hijas de Antonio López.

No hay nada dulce aquí: la retentiva agria de la artista ha oscurecido su trazo, de forma insólita. Ahí hay niñas que se tapan los oídos, niñas con la vista perdida en los cristales, niñas que rezan sin creer en nada. La sensación que insuflan estas pinturas es angustiosa, pesadillesca, asfixiante. Su don con el dibujo lo ha trasladado también al verbo: sabe bien qué detalles elegir para conseguir el retrato más veraz, para hacerse con la verdad que más golpea. La primera vez que describe a su padre se limita a contar cómo eran sus zapatos. “Lo primero que mi madre recuerda de mi padre son sus grandes zapatos. Los llevaba gigantes, cinco o seis números más grandes de los que necesitaba. Los había comprado ese mismo día en El Corte Inglés. Le parecieron perfectos. Pero estaba tan borracho que se los había probado con el papel de la puntera dentro. No sé cómo eso no le dio pistas a mi madre”.

Sigue leyendo este artículo completo en EL ESPAÑOL

Comentarios