Heidi, la niña criada por una familia nazi en la Alemania de nuestros días

- Cuando Heidi era niña, su padre dominaba con mano de hierro un hogar donde el neonazismo era lo único en el mundo.

- A los quince años Heidi decidió dejar de ver a su progenitor, Helge Redeker, una celebridad entre neonazis. 

Heidi, la niña criada por una familia nazi en la Alemania de nuestros días - EL ESPAÑOL
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Según informa Salvador Martínez en EL ESPAÑOL, uno no elige a su familia. Bien lo sabe Heidi Benneckenstein. Hasta los dieciocho años, ella sólo contaba con los dedos de una mano la gente de su alrededor que no eran neonazis. Su familia, sus amigos más cercanos y la mayoría de sus conocidos eran, en general, radicales de extrema derecha. “Fui una niña nazi”, explica Heidi, una joven que ahora ronda los 26 años.

Así se describe a sí misma en su libro, unas memorias publicadas hace un año que se han convertido enbestseller en Alemania. Ein deutsches Mädchen: mein Leben in einer Neonazi-Familie o “Una niña alemana: mi vida en una familia neonazi” (Ed. Tropen, 2017), se titula el volumen. En él da cuenta de cómo sobrevivió a la vida en la sociedad paralela en la que le tocó crecer.

Cuando nació, sus padres vivían en un pueblo bávaro de apenas 300 vecinos junto a Fürstenfeldbruck, una ciudad de 35.000 habitantes situada a unos treinta kilómetros al oeste de Múnich. No tan lejos de la cosmopolita capital de Baviera, Heidi vivió en una familia prisionera de la ideología extrema impuesta por el hombre de la casa, Helge Redeker. Esta conocida figura del neonazismo alemán es el principal señalado como responsable en las memorias de Heidi de la radical forma de vida adoptada por los suyos. “Mi extraña familia”, es el título que da Heidi al capítulo sobre cómo se vivía en su casa.

“En nuestra casa las cosas eran de otra manera respecto a las otras casas en las que vivían mis amigas. En nuestra casa no había ninguna cruz de madera sobre la mesa del comedor, había un calendario dela asociación de los Jóvenes Alemanes Leales a la Patria (HDJ, por sus siglas en alemán), unas runas de pan casero y un mantelillo con dichos nacionalistas tradicionales”, cuenta Heidi en sus memorias. Alude, entre otras cosas, a una organización para niños y adolescentes prohibida en 2009 por su carácter neonazi. La HDJ era heredera de las también neonazis Juventudes Vikingas, fundadas a principios de los años cincuenta a imagen y semejanza de las Juventudes Hitlerianas.

Heidi, junto a sus hermanos, en su infancia.

Por las mañanas, en su casa no se leía el diario serio y generalista más vendido de Alemania, el muniqués Süddeutsche Zeitung. “En la mesa del desayuno (…) estaba el Preußische Allgemeine Zeitung, un diario conservador de ultraderecha con una tirada de 18.000 ejemplares”, cuenta Heidi. Para comer, en su familia estaba prohibido el McDonalds y la Coca-Cola, del mismo modo que ni ella ni sus hermanas podían decir “Handy” - palabra de inspiración inglesa que designa en alemán el “teléfono móvil”. Debían decir “teléfono de mano”.

Además Heidi y sus hermanas tenían prohibido vestir vaqueros, camisetas o sudaderas. Así, “de niña, casi siempre llevaba un Dirdl”, recuerda Heidi, aludiendo al vestido tradicional bávaro. Esa vestimenta es la que suelen llevar ellas en fiestas tradicionales germanas como el Oktoberfest.

No es que en su casa fueran especialmente austeros. Al fin y al cabo, su padre tenía un buen trabajo. Era funcionario, inspector de aduanas. Pero, sobre todo, era y es alguien radicalizado en su manera de pensar. Tradicionalista, nacionalista, autoritario, con un punto violento y negacionista del Holocausto judío son algunos de los rasgos con los que Heidi describe a su padre. “Mi padre se comportaba como un comandante en jefe. Se comportaba como si no fuéramos sus hijas, sino soldados a los que podía dar órdenes”, según Heidi.

Germanizar Europa

Para ella, su madre cayó bajo el atractivo de un hombre que también era capaz de cautivar. No en vano, en su día logró montar con éxito en el enclave ruso de Kaliningrado una comuna de neonazis cuyo objetivo no era otro que “volver a germanizar” lo que fue Prusia Oriental. “Él quería que fuera de nuevo alemán ese territorio que tras la Segunda Guerra Mundial fue de Rusia, Polonia y Lituania”, rememora Heidi.

Pese a haber nacido en 1993, dentro del que se identifica como el mayor periodo de paz y democracia que se ha vivido el viejo continente gracias a la Unión Europea, Heidi temió durante muchos años el inició de una nueva guerra mundial. En su casa había muchos libros, pero la gran mayoría de ellos versaban sobre la Segunda Guerra Mundial o eran biografías de los líderes del III Reich. Entre los libros “menos dañinos” al alcance de los niños de la casa estaban los volúmenes sobre las aventuras del perro Baska –Baska und ihre Männer o“Baska y sus hombres”. “Era una especie de Lassie para nazis”, afirma Heidi. Además, su padre no paraba de contarle historia sobre la guerra.

“Durante un tiempo vivía con un miedo permanente a que hubiera una guerra. Contaba cada minuto que pasaba sin que en el horizonte se viera un avión enemigo. ¿Y mi padre? No me calmaba”, cuenta Heidi. “Una vez, en la cena, le pregunté si era posible que en Alemania hubiera una guerra. Él me explicó que era posible que, en Alemania, estallara una guerra y, que, de hecho, podía pasar en cualquier momento. Porque entre Alemania y los aliados –de la Segunda Guerra Mundial– no había tratado de paz y que la Segunda Guerra Mundial no había terminado oficialmente”, abunda. 

La conclusión de su padre fue: “En principio, los americanos pueden atacar en cualquier momento”.

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