Esther, madre desobediente: “Las mujeres tenemos que ventilarnos de esta maternidad tóxica”

En su libro Mamá Desobediente (Capitán Swing) recalca que hay que ventilarse de la "maternidad tóxica" para que las mujeres no paguen el plato

Esther, madre desobediente: “Las mujeres tenemos que ventilarnos de esta maternidad tóxica” - XAVIER TORRES / EL ESPAÑOL
photo_camera Esther, madre desobediente: “Las mujeres tenemos que ventilarnos de esta maternidad tóxica” - XAVIER TORRES / EL ESPAÑOL

Un entrevista de Nuria Coronado publicado en EL ESPAÑOL

En un país que se vacía de chupetes, con la mitad de nacimientos que a mediados de los años 70, hay algo de lo que Esther Vivas siente que estamos llenos a rebosar. La periodista y escritora cree que hay mucho sentimiento de culpa, por parte de las mujeres, en torno a ser o no ser madres. Un reconcomio que para ella parte de un solo lugar: “Del cuento que se nos ha vendido a las mujeres desde el principio de la Historia,el de ser madres a costa de todo.

"El problema es que nos han educado en un ideal de maternidad en el que precisamente se invisibiliza esta experiencia. Es el ideal de la madre perfecta donde no nos podemos equivocar y cuando lo hacemos, el grado de culpabilidad y la estigmatización es tal  que todo lo que no concuerde con esta perfección se sale de la normalidad y nos daña”, explica a  EL ESPAÑOL.

Esta reconocida feminista recalca en su libro Mamá Desobediente (Capitán Swing) que o abrimos puertas para ventilarnos de esta maternidad tóxica o el plato roto lo pagarán las mismas de siempre: las mujeres. “La maternidad es un proceso que debe importarnos a todos, no solo a nosotras. Hay que romper todos los mitos y silencios que se han dado hasta el momento porque se nos va la vida en ello”, comenta.

Según su visión, esa ruptura pasa por un solo lugar, el de la mirada feminista. “No hay una maternidad única, pero sí modelos impuestos que supeditan la experiencia materna a los dictados impuestos por el patriarcado. Ser madre no debería significar criar en solitario, quedarse encerrada en casa o renunciar a otros ámbitos de nuestra vida. Y ser feminista no tendría que conllevar un menosprecio o una indiferencia respecto al hecho de ser mamá. ¿Por qué tenemos que escoger entre una maternidad patriarcal sacrificada o una maternidad neoliberal subordinada al mercado?”.

La respuesta a su pregunta es clara y cristalina: “Se trata de pensar en una maternidad feminista, apelando a una maternidad desobediente a la establecida por el sistema. Se trata de valorar y visibilizar la importancia del embarazo, el parto, la lactancia y la crianza en la reproducción humana y social, y reivindicar la maternidad como responsabilidad colectivaen el marco de un proyecto emancipador. No se trata ni de idealizarla ni de esencializarla, sino de reconocer su contribución histórica, social, económica y política. Una vez las mujeres hemos acabado con la maternidad como destino, toca poder elegir cómo queremos vivir esta experiencia”.

¿Para llegar a esa maternidad libre se necesita haber cambiado como sociedad?

Así es. El problema es que la maternidad se enfoca desde lo individual. Cuando nuestras decisiones vienen determinadas por el contexto en el que ejercemos la maternidad y ese contexto es socioeconómico, ambiental y hostil a la vida y la fertilidad sucede que como madres no hacemos tanto lo que queremos sino que hacemos lo que podemos. Este es un marco que dificulta ejercer la crianza y el cuidado y lo convierte todo en difícil a más no poder. El romanticismo con el que se nos ha vendido desde siempre la maternidad hace que la misma se viva de forma extenuante y contradictoria. La sociedad está organizada alrededor de la hipocresía y la culpa y nos plantea un ideal materno imposible de asumir. El problema no es nuestro, es del ideal con el que nos carga a las madres.

Nos venden el cuento de la maternidad edulcorada y perfecta cuando en realidad se trata de ser libres e imperfectas sin complejo alguno… Ser madres o ser libres. El reto es difícil... ¿pero posible?

Lo tiene que ser porque sin criaturas no tenemos futuro. La tasa de natalidad disminuye cada año. En España la media de las mujeres de la primera maternidad es a los 32 años, lo que dificulta un segundo embarazo. Hay un gran decalaje entre el número de hijos que se quiere tener, que es entre dos o más, pero en realidad acaba siendo de uno. La maternidad debería de ser una cuestión política. Si no se apoya la maternidad y la crianza el problema no lo tenemos las madres. El problema lo tenemos todos. Ser madres es un derecho, no un privilegio o una quimera. La respuesta no está en promover la maternidad si no en cambiar los condicionantes sociales. Esto implica acabar con las desigualdades, trabajo digno, conciliación, poder pagar la vivienda…

La maternidad en todas sus formas está menospreciada y sin embargo se recurre a ella como la salvadora de la sociedad. Las mujeres son madres en las diferentes formas (natural, adoptiva y madrastra), siempre dándolo todo… y gratis.

La maternidad se tiene que nombrar en plural. Hay tantas experiencias como madres y en función de cada hijo y de su momento vital. Además, es importante señalar que ser madre va más allá de la biología. Hay que hablar de las “madres afines”, porque estas son formas de ejercer la maternidad. Hay que dejar de hablar de una única maternidad. Cada vivencia depende del contexto social, las capacidades económicas, la mochila personal. Todo esto influye de un modo u otro en cómo vivimos la maternidad. No hay modelos universales.

¿Es el equilibrio mental, entre la tensión interna y las contradicciones, el mayor enemigo a batir, independientemente del tipo de madre que se sea?

Nos han vendido arquetipos de maternidad en los que hay que encajar. Desde el ángel del hogar a la superwoman. Y eso solo es útil para quien lo ha generado: el patriarcado que menosprecia la experiencia materna. No nos preguntan cómo queremos vivir dicha etapa. Por eso es importante desobedecer, porque de no ser así solo genera culpa y malestar.

El problema de reducir la feminidad a la maternidad

La autora de Mamá desobediente ha escrito su texto mojándose, enfrentándose a su propio yo y siendo virtuosa. “Sería imposible escribir un libro honesto sobre la maternidad sin ser madre”, defiende. Vivas tuvo su primer hijo, Martí, a los 39 años. “Una edad también estigmatizada”, dice. Tras cinco años de intentos varios y cuando ya casi no se lo esperaba, la vida le dijo sí y logro quedarse embarazada. “Yo tuve suerte y al final pude conseguirlo. Recién cumplidos los 34, mi pareja y yo pensamos que por qué no tener una criatura y fuimos en su búsqueda”, relata la escritora.

Fue un camino que la periodista describe como “nada fácil”. La travesía le duró un lustro de tratamientos que acabaron en una fecundación in vitroque, además del desembolso económico, le supuso sentir miedo y dolor. “Someterse a estos tratamientos no es fácil. En mi caso se sumaba el ser reacia a los métodos farmacológicos, al dolor, el malestar emocional, el sentimiento de fracaso, la incertidumbre. Por no mencionar la pérdida de control sobre el propio cuerpo y la hipermedicación de estas técnicas, así como la contradicción de ser partícipe del negocio de la infertilidad. Hablar de ello nos ayudaría a destaparlos, a romper con el estigma y a no sentirnos solas”, reconoce la periodista.

Pingüe negocio, el de la infertilidad, que se nutre de causas tan sencillas como la de postergar la maternidad por las nulas políticas de apoyo a la misma y a la no corresponsabilidad. Tanto es así que, si en 1985 la edad media para ser madre era de 26 años, ahora la cifra llega a los 32 años. Y es más, se calcula que solo un 2% de las mujeres no pueden tener hijos por motivos biológicos o que solo un 5% no quiere ser madre y mantiene esa decisión a lo largo de su vida. “Somos uno de los países de la Unión Europea con la mayor distancia entre el número de hijos e hijas que se tienen y el que se desea. De hecho, un 47% de las mujeres, con datos de 2017, querría tener al menos dos criaturas y un 26% tres o más, cuando la media se sitúa en 1,31”, señala la escritora.

Y cuando se habla de infertilidad, la cosa no afecta solo a las mujeres. Vivas también apela a destapar otro tabú. “Hay una alta tasa de infertilidad masculina y eso en una sociedad occidental y patriarcal como la nuestra se esconde. Muchos hombres que la padecen se niegan a reconocerlo incluso en la misma consulta médica. Tanto es así que los especialistas empiezan tratando a la mujer cuando en realidad el problema lo tienen ellos”, recalca.

La soledad de las madres de bebés que no nacen

Pero Vivas no solo mete el dedo en este ojo. También reclama hablar de otro tabú de dos palabras que unidas derivan en lágrimas y que a ella y a su pareja les vaciaron por dentro con su segundo embarazo. Se trata de la pérdida gestacional. O lo que es lo mismo, el drama de los bebés que mueren antes de nacer. Según diversas fuentes, en España esta cifra llega a ser de 4,4 muertes perinatales por cada 1.000 partos. “Tuve un aborto debido a una malformación de la criatura incompatible con la vida. Y este es otro gran tabú, el de sufrir una pérdida. Porque formalmente significa el fracaso de la maternidad. Y, además, como nadie salvo tú lo ha sentido, lo ha conocido, es como si esa criatura no hubiese existido, como si no tuvieras derecho a llorarlo, como si el duelo no fuese posible”, recuerda.

Por eso mismo esta catalana reclama que se empiecen a reconocer a estos no natos y que las madres sean tratadas como lo que son: madres. “Que puedan acceder al cuerpo de sus bebés si así lo desean, verlas, lo cual ayuda a enfrentar el duelo. A menudo se trata de un dolor que se inhibe, se prohíbe, se niega debido a las jerarquías mismas de la pérdida y unas reglas del duelo que establecen qué duelos son aceptables y cuales no. La vida que puede ser llorada y la que no, dándose una privación de derechos en los casos de las madres y padres de bebes no nacidos”.

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