Un reportaje de Cristina Ruiz publicado en EL ESPAÑOL
“Estar al borde de la muerte te hace plantearte las cosas de forma muy distinta”
Cuatro años han pasado desde que el ébola cambiara para siempre la vida de Teresa Romero, la auxiliar de enfermería que se infectó con el virus al tratar a los religiosos españoles repatriados por esta enfermedad, y que se convirtió en el primer caso de contagio fuera de suelo africano. Desde entonces nada es igual en su vida: su trabajo, sus proyectos, hasta su mascota y, por supuesto, ella misma cambiaron tras casi un mes entre la vida y la muerte. “Soy otra persona distinta a partir de ahí”, asegura Romero a EL ESPAÑOL.
El religioso Miguel Pajares, el comienzo
Todo empieza el 7 de agosto de 2014, cuando se autoriza la repatriación de Miguel Pajares (75 años) desde Liberia. El religioso toledano llevaba más de media vida dedicada a África. En su último destino desde 2007, el Hospital St. Joseph de Monrovia, fue donde contrajo la enfermedad, al igual que otras religiosas de la misma orden, entre ellas la hermana Paciencia Melgar, quien después sería clave en la recuperación de Teresa.
Teresa Romero forma parte del equipo sanitaria que atiende a Pajares hasta su muerte
Un Airbus A310 del Ejército del Aire medicalizado traslada a Pajares hasta España, donde es ingresado en el Hospital Carlos III de Madrid. Allí, la auxiliar de enfermería, Teresa Romero, forma parte del equipo de sanitarios que lo atiende. Cinco días más tarde, el 12 de agosto, Pajares fallece víctima del ébola.
Manuel García Vallejo, segundo repatriado mes y medio después
El 20 de septiembre el Gobierno anuncia una nueva repatriación a causa de la enfermedad. En esta ocasión se trata del también religioso Manuel García Vallejo (69 años), residente en Sierra Leona y que llega a la sexta planta del Carlos III dos días después en estado grave.
Teresa también asistió a García Vallejo y limpió su habitación tras fallecer
Al día siguiente del ingreso de García Vallejo, la auxiliar cumplió con sus labores cambiándole el pañal. Su situación sigue empeorando y fallece el 25 de septiembre. Romero limpia la habitación donde había estado el religioso leonés 24 horas después de su fallecimiento. Este sería “su último contacto” con el ébola antes de manifestarse la enfermedad, aunque no se sabe con exactitud en qué momento se produjo el contagio.
“[Lo hice] por aprender algo más. En tu trabajo siempre haces lo mismo y si se presenta la oportunidad…”
Como el resto de compañeros, Teresa –que trabajaba en la planta de enfermedades infecciosas- se presentó como voluntaria para asistir a García Vallejo, pero al final acabó cuidando también a Pajares. Como cualquiera con ansias de progresar como persona y profesional, comenta que aprovechó la oportunidad para seguir aprendiendo y salir de la rutina del trabajo diario. “En principio, me dio confianza trabajar con ese traje. […] Nunca piensas que puede pasar algo así”, explica sobre sus sentimientos en aquellos días.
Fiebre y malestar en aumento… 6 de octubre: Teresa tiene ébola
Pocos días después de la muerte de García Vallejo, la auxiliar comienza a tener unas décimas de fiebre y a encontrarse mal. Acude primero a su médico de Atención Primaria, posteriormente llama al Servicio de Riesgos Laborales de su hospital, contactan con ella desde el Servicio Madrileño de Salud… pero la fiebre sigue aumentando y el 5 de octubre llama al 112. Tras pasar por el Hospital de Alcorcón, donde reside, en unas horas Teresa es conducida a su hospital, a su planta, y se confirman las peores sospechas: está contagiada.
“Solo me repetía que tenía que salir, que tenía que aguantar y salir”
“Estaba en mi casa y a las pocas horas me veo en una situación completamente distinta. Estaba alucinando; no podía creer lo que me estaba pasando”. Durante varios días Teresa luchó por su vida, en algunas ocasiones gravemente debilitada. Mientras, medio país estaba pendiente de las ventanas del hospital: su estado de salud, su marido en cuarentena y las pruebas realizadas a todo aquel que había tenido en contacto con ella centraban la actualidad de aquellos días.
Excalibur, protagonista
El otro foco informativo durante aquellos primeros días de octubre estaba en otra ventana, esta vez en Alcorcón, en el piso de la auxiliar de enfermería. Su marido, Javier Limón, alertó de que querían sacrificar al perro de la pareja, Excalibur. El animal, al que habían dejado la puerta del balcón abierta ante la posibilidad de que se prolongara su ausencia, se convierte en otro protagonista involuntario de la historia.
Las movilizaciones sociales no logran salvar a Excalibur
Las redes sociales arden pidiendo que Excalibur no sea sacrificado, decenas de personas se concentran en las inmediaciones del domicilio de Teresa y Javier para impedir que se lleven al perro, pero todas movilizaciones son inútiles. El 8 de octubre, el animal es sacrificado por precaución. Un duro golpe para alguien que, como ha manifestado en varias ocasiones, lo consideraba “como un hijo”.
El piso, desinfectado
El drama personal de la auxiliar añade un nuevo punto con la desinfección de su piso. Un grupo de expertos se encargó de eliminar cualquier posible rastro del virus en la vivienda, lo que implicó su sellado durante algunos días y la obligación de tirar algunos enseres como la nevera o el sofá, entre otros, ante el seguimiento constante de los medios de comunicación.
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