Así viví 43 días en un monasterio tras quedarme en paro: operación bikini, madrugones y rezos

La incursión tuvo lugar en la abadía cisterciense de Santa María y San Andrés de Arroyo, en Palencia. La autora del reportaje se dedicó, principalmente, a la repostería

Así viví 43 días en un monasterio tras quedarme en paro: operación bikini, madrugones y rezos - CAROLINA HEREDIA / EL ESPAÑOL
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Un reportaje de Carolina Heredia publicado en exclusiva en EL ESPAÑOL

“Mamá, estoy en un monasterio desde hace una semana”. Le di la noticia por WhatsApp. La última vez que la mujer me vio yo tenía cuatro años menos, ningún tatuaje y nunca me había enamorado. Durante poco más de un mes la había estado engañando, fingiendo que las cosas en el trabajo iban viento en popa y que yo me encontraba plena y feliz. La verdad es que me estaba derrumbando. “Sí, vivo en el monasterio. Soy voluntaria”, continué. Mentir a mi madre ha sido relativamente fácil. Lo difícil es confesarse, abrirse, contarle que tu mundo se está viniendo abajo y ella no puede hacer nada para ayudarte.

Estoy aquí porque me echaron del trabajo “hoy y para siempre”, como decía José Emilio Pacheco. Estoy aquí porque los 1.300€ que me dieron cuando me despidieron no son eternos y había facturas que pagar. Estoy aquí porque necesitaba sanar. Y acaso, volver a creer en Dios.

Toma de contacto

Hay un capítulo en Come, Reza, Ama-una película de Ryan Murphy- en el que la protagonista llora desconsolada en el suelo del baño porque no es feliz y, tras hablar con Dios un poco, comienza a serenarse. Es verdad que ayuda. Yo lo hice a lágrima viva el día que me despidieron del curro y conseguí pensar con más claridad. Quizá esto sólo funcione a la gente que ha sido educada en una religión, llámese como se llame el dios al que se le rece.

Inicié la búsqueda implacable en Google. “Voluntariados a cambio de trabajo y comida”, “vivir en hostales a cambio de trabajo”, “donación de óvulos” -sabía por una amiga que en ciertos sitios te daban unos 600€ a cambio o esa es la leyenda urbana que circula en el mundillo- “pruebas farmacéuticas a cambio de dinero” y otras tantas cosas de no tan buena reputación.

Así llegué a la Abadía Cisterciense de Santa María y San Andrés de Arroyo, en medio de la nada, un poco más allá de Palencia. Los requisitos son sencillos: ser mujer, documentos de identidad y la carta de un Sacerdote que dé buenas referencias de ti. Aunque las cosas de Dios se cuecen aparte, tiene que ser un hombre el que hable bien de una mujer para poder ser aceptada. Intercambié un par de correos electrónicos y llamadas con la Madre Abadesa, María del Carmen, y comencé a preparar la inminente partida. Sólo compré billete de ida. De Madrid a Valladolid en autobús y después un tren hasta Alar del Rey, a donde fue a recogerme un trabajador del Monasterio.

La vida monástica

Hay algo de místico y estremecedor en San Andrés de Arroyo. Sus piedras centenarias guardan, además de las marcas del cantero, secretos que recorren las paredes queriendo contarse. Lo supe desde el momento en el que el coche salió de la carretera para adentrarse por un camino estrecho al pie de una montaña. Y cuando atravesé la entrada principal, con un rollo de justicia que antaño atribuía a la Abadesa jurisdicción para ser señora de la horca y cuchillo.

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