Antonio, el 'vistevírgenes' de la Semana Santa: sólo él puede verlas desnudas

Es recibido por las hermandades como una estrella del rock. Es el vestidor más acreditado. Accedemos con él al momento más íntimo

Antonio, el 'vistevírgenes' de la Semana Santa: sólo él puede verlas desnudas - FERNANDO RUSO / EL ESPAÑOL
photo_camera Antonio, el 'vistevírgenes' de la Semana Santa: sólo él puede verlas desnudas - FERNANDO RUSO / EL ESPAÑOL

Un reportaje de Pepe Barahona y Fernando Ruso publicado en EL ESPAÑOL

Antonio llega a las iglesias esperado como una estrella de rock.Corriendo, con la velocidad en su ánimo después de cientos de kilómetros en coche, lo reciben entre abrazos y lo conducen con diligencia abriéndose paso por la muchedumbre a una zona reservada. Solo unos pocos privilegiados, que se cuentan con los dedos de una mano, pueden acceder a ese espacio secreto que las hermandades guardan con celo. En su interior se custodia una de las intimidades más reservadas de la Semana Santa: una virgen sin vestir. Una privacidad revelada necesariamente a su vestidor.

“No le damos publicidad al acto”, explica a los reporteros de EL ESPAÑOL el hermano mayor de la hermandad del Cachorro de Sevilla, Marco Antonio Talavera Blanco. La tarde del lunes previo al Domingo de Ramos es la prevista por estos cofrades para subir a la virgen del Patrocinio al paso con el que realizará su estación de penitencia el Viernes Santo. Pero, muy a pesar de su máximo responsable, en los aledaños de la iglesia se concentran centenas de devotos. ¿Qué interés tienen? El de ver a la virgen a medio vestir justo en el instante en el que la llevan de su camerín al palio.

Los reporteros llegan puntuales al lugar en el que fueron citados, la casa de hermandad del Cachorro, en Triana. Pasan algunos minutos de las ocho y media de la tarde. A las puertas hay algunos curiosos, muchos más —y los que están por llegar— aguardan en el interior, un alargado patio que conduce al museo y a la basílica.

Al llegar, el hermano mayor establece las normas al fotógrafo y al periodista: nada de fotos ni antes, ni durante, solo después, cuando la virgen ya esté vestida.

—Pero, ¿dónde está la virgen ahora? 

—En su camarín con el vestidor y las camareras.

—¿Y se puede acceder sin hacer fotos?

—[Cara de incredulidad por la pregunta]. De ninguna manera, hombre.

—Y durante el traslado de la virgen del camerín al paso, ahí sí se pueden hacer fotos, ¿no?

—No, no, totalmente prohibido, porque la virgen no está vestida.

—Vale, pero, ¿y si evitamos sacar a la virgen y nos centramos en las reacciones de los asistentes?

—No, no. Es un acto íntimo de la hermandad, no se permiten grabar vídeos.

—¿Y hacer fotos?

—[Esboza una sonrisa]. Tampoco.

—Vale, pero…

—Vamos a ver [con mano izquierda], por si no me he explicado bien, las fotos se podrán hacer al final, cuando la virgen esté con el manto, el rostrillo y la corona puesta. Ahora, si queréis, podéis entrar y ver, como cualquier hermano, y disfrutar del acto. Pero nada de fotos.

La del momento de vestir a una virgen es la historia de una puerta cerrada. En el caso de la basílica del Cristo de la Expiración —el Cachorro, una de las tallas icónicas de la Semana Santa de Sevilla—, es una puerta gris por la que se accede al camerín, el espacio en el que está la imagen expuesta a sus devotos durante todo el año. Allí también está el ropero con el ajuar de la virgen, obra del imaginero Luis Álvarez Duarte de 1972, que recuerda a la desaparecida virgen del Patrocinio, víctima de las llamas del incendio que sufrió la hermandad ese mismo año.

“Mientras que no esté vestida, no se entra”

Esa puerta gris solo se abre puntualmente. De ella entran y salen las mismas personas, una de las tres camareras o Antonio Bejarano, el vestidor. Toda una estrella de rock. La hoja nunca llega a abrirse del todo, como si trataran de contener el misterio que detrás de ella se guarda. Sigue llegando y llegando más público. 

“La gente va preguntando y…”, justifica el hermano mayor. “No lo anunciamos, porque si lo anunciásemos tendríamos la iglesia llena”, sigue Talavera Blanco, abogado de profesión.

—¿Por qué ese secretismo a la hora de vestir a la virgen?

—No es secretismo, es privacidad. Te respondo con otra pregunta, ¿entras en el cuarto de tu madre cuando se está cambiando? Normalmente no se entra, pues es igual. Es nuestra madre y por respeto, mientras que no esté vestida, no se entra. ¡Ni siquiera el hermano mayor!

Las vírgenes que procesionan en la Semana Santa de Sevilla se definen como ‘de candelero’ porque de cintura al suelo son un eso, un candelero, un entramado de maderas formando una especie de jaula cónica sobre la que se sostiene el busto, de madera y cuero, los brazos articulados y la cabeza.

El proceso de vestir a una virgen empieza al ponerle una camisa larga hasta el suelo, después las enaguas y la saya. Hasta ese punto solo participan mujeres, las camareras, que le peinan el pelo y le hacen el moño sevillano. Luego se le colocan las mangas, el tocado, el manto y, por último, la corona.

—¿Alguna vez ha visto a la virgen sin ropa?

—Sí, en contadísimas ocasiones. Y recuerdo que no me gustó. La gente que está fuera [por los que se agolpan por las dependencias de la casa hermandad] tiene mucha curiosidad, pero a nosotros nos gusta la virgen terminada, vestida con su tocado y su corona, de reina. No le vemos el atractivo a verla de otra forma, quizá sea morbo por lo no permitido.

La conversación se interrumpe cuando el vestidor sale del camerín. Todo está listo para el acto de traslado al paso de palio. La gente, conocedora del laberíntico diseño de pasillos, puertas y más puertas que unen la casa de hermandad con la basílica, accede al interior. En penumbra, una veintena de mujeres van formando dos hileras a modo de pasillo con velas. Detrás, otras cuatro mujeres portan a la virgen, solo con la saya y un tocado tapándole el pelo, sobre unas andas. Una estampa desacostumbrada.“Este es un acto íntimo, por favor, rogamos que no tomen imágenes”, recalca el hermano mayor al centenar de fieles entre los que está Antonio, el vestidor.

Un día, 463 kilómetros vistiendo a vírgenes

Bejarano se le nota el cansancio en los ojos. Todavía arrastra la fatiga del día anterior, una jornada maratoniana que arrancó a las siete de la mañana y que lo llevó por Lucena, Antequera, Lora del Río, Carmona, Sanlúcar la Mayor y, por último, Sevilla, donde vistió a la virgen del Santo Entierro. Tres provincias, seis vírgenes y 463 kilómetros que acabaron de madrugada.

Antonio no es capaz de precisar el número exacto de dolorosas que viste. Asegura que más de treinta, repartidas por seis provincias de Andalucía: Sevilla, Cádiz, Córdoba, Huelva, Málaga y Granada. Su trajín empieza dos semanas antes del Viernes de Dolores. “Son días de dormir poco, de muchos kilómetros, de comer mal y a destiempo, de latas de Coca-cola para aguantar la carretera, que es lo peor”, explica a EL ESPAÑOL.

Estudió Publicidad y Marketing, trabaja como locutor de un programa matinal en la radio del Sevilla Fútbol Club, y gracias a su oficio de vestidor consigue “un sobresueldo, que nunca viene mal”. 

—¿Se gana dinero?

—Menos del que se debiera por todo lo que se aguanta: horas de sueño, responsabilidad… La figura del vestidor siempre ha sido menospreciada u oculta. Solía ser, y algunas veces se mantiene esa creencia en las hermandades, una persona afeminada que, como no tiene otra cosa que hacer, se distrae poniéndole cuatro trapitos a la virgen; y la camarera, la típica solterona que estaba todos los días en misa y se había quedado para vestir santos. Igual que se paga a un florista, a un músico, a un bordador, un orfebre… ¿por qué no va a cobrar un vestidor?

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