Los 72 años de luto de Petra: una carta oculta en un baúl la ayudó a desenterrar a su amado

Hay amores que no perecen nunca, aunque los desgarre una muerte temprana. EL ESPAÑOL narra la historia de Petra Diánez Arrellano, que a sus 96 años ha podido reencontrarse con los restos de su novio, Pepe Marchena, después de siete décadas

Los 72 años de luto de Petra: una carta oculta en un baúl la ayudó a desenterrar a su amado
photo_camera Los 72 años de luto de Petra: una carta oculta en un baúl la ayudó a desenterrar a su amado

Según informa Andros Lozano en EL ESPAÑOL hay amores que no perecen nunca, aunque los desgarre una muerte temprana. Por eso la anciana Petra Diánez Arrellano, a sus 96 años, sigue enamorada de aquel novio que murió al poco de marcharse a la mili. La dejó con un bebé por criar y una pena que le rompía el corazón.

EL ESPAÑOL narra ahora su historia, cuando la mujer, aún lúcida pero de cuerpo frágil, ha visto cumplido su sueño de poder enterrar a su amado en el cementerio de su pueblo. Para ello ha esperado 72 años. Toda una vida. “Lo sigo queriendo aún estando muerto”, dice la señora, sentada en el sofá de su humilde vivienda.

Corría el año 1946, era tiempo de posguerra y hambre, el caudillo Franco gobernaba España y ella ya era madre de una niña de nueve meses. Le había puesto Josefa, en honor al padre. Porque aquel joven con el que Petra planeaba casarse se llamaba Pepe Marchena. Ambos habían nacido en Trebujena (Cádiz).

Pero el prometido de Petra nunca volvió del servicio militar. Murió al mes de llegar al cuartel de Cerro Muriano (Córdoba). Desde entonces, la mujer con la que soñaba formar una familia nunca supo dónde estaba enterrado su novio.

Así, sin poderle llevar flores a su tumba ni poder ver su foto sobre una lápida, ha pasado los últimos 72 años. Durante todo este tiempo, Petra no ha dejado ni un solo día de lucir de luto en su vestimenta ni de llevar un pañuelo atado en la cabeza cada vez que sale a la calle.

Petra tampoco hizo caso a otros hombres que, siendo ella aún joven, la cortejaron mandándole cartas que luego, en la intimidad, le pedía a una vecina que se las leyese. Porque ella, jornalera casi desde la cuna, nunca tuvo la oportunidad de aprender a leer y a escribir.

Pero a finales de este pasado enero, Petra pudo traerse los restos de su Pepe al cementerio de Trebujena. Una carta enviada a su suegra por un capitán del Ejército a los pocos días de fallecer el hijo apareció hace tres años dentro un baúl que había estado perdido durante siete décadas.

La misiva contenía datos reveladores sobre el paradero de la osamenta de Pepe Marchena. Su cadáver estaba enterrado en el cementerio de Córdoba, en una parcela del camposanto destinada a los militares fallecidos. “Ocupa la sepultura 25 del cuadro de San Sisenando”.

Si nadie había sacado de allí los restos de su amor en todo este tiempo, Petra podría volver, de algún modo, a reencontrarse con el novio al que nunca ha dejado de querer.

Pepe marcha a la mili “por un día”

Finales de abril de 1946. Pepe Marchena y Petra Diánez son una pareja de novios que a mediados del año anterior se han convertido en padres. La hija de ambos, Josefa, va camino de cumplir los nueve meses.

La pareja todavía no vive junta, aunque llevan cuatro años de noviazgo. Pepe, de 25 años, trabaja arando el campo con sus bueyes. Sigue la tradición de su padre, al que perdió tres meses antes del comienzo de la Guerra Civil española. Él tenía 15 años.

Contando a Pepe, en su familia son ocho hermanos. Él es el mayor entre los varones, circunstancia que, a falta de su padre, lo convierte en cabeza de familia. Por eso, cuando con 19 años lo llamaron para hacer la mili, se libró.

Pero a principios de 1946, Pepe Marchena recibe una carta del Ayuntamiento de Trebujena. En ella se le explica que debe prestar el servicio militar en Cerro Muriano (Córdoba). Años después, sus familiares se enteraron de que un vecino cercano al Régimen de Franco había pagado a un funcionario para evitar que su hijo tuviera que hacer la mili. En vez de aquel chico, llamaron al novio de Petra.

El día de su marcha, Pepe se viste con el único traje de chaqueta que tiene. Junto a otros jóvenes de Trebujena, de buena mañana camina hasta la estación de trenes de Lebrija, el pueblo vecino, para subirse a la locomotora que lo llevará hasta Córdoba.

La madre de Pepe Marchena recibió esta carta a los pocos días de la muerte de su hijo. La mujer, que cayó en depresión, la guardó hasta su muerte dentro de un baúl.

Pepe Marchena piensa que van a hacerlo “soldado por un día” y que a la mañana siguiente volverá a casa. Cree que de nuevo su figura de paterfamilias será un salvoconducto para evitar el servicio militar. Pero no fue así. No le permitieron volver.

Una telegrama a la madre al mes de partir: su hijo ha muerto

El trebujenero Pepe Marchena se quedó en Cerro Muriano. No volvió a la mañana siguiente, como él creía. Para combatir la soledad le escribía cartas a Petra. En ellas le decía a su novia que la amaba. A ella y también a su hija, Josefa. A Petra le leía aquellas cartas una vecina del pueblo. Ella, después, le dictaba lo que quería que le respondiera a su novio.

Pero a las cuatro o cinco semanas de la marcha de Pepe, a primeros de junio de 1946, dos guardias civiles del cuartel de Trebujena tocaron la puerta de la casa de Pura Villagrán, suegra de Petra. Al abrir, los agentes le dijeron a la mujer que su hijo estaba muy grave y que tenía que acompañarlos.

Una vez dentro de las dependencias de la Guardia Civil, la mujer recibió un telegrama procedente de Cerro Muriano, donde su hijo había marchado a finales del mes de abril. Aquel documento, fechado unos días antes, el 29 de mayo de 1946, decía así: “El soldado del Regimiento de Infantería de Lepanto número dos José Marchena Villagrán, inhumado en el día de la fecha, ocupa la sepultura número 25 del cuadro de San Sisenando”. Más adelante le explicaban que había sufrido una hemorragia interna que lo mantuvo tres días hospitalizado y que los médicos no pudieron salvarle la vida.

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