Un tesoro de sismos: las arritmias de la Tierra preservadas en papel ahumado

Más de un millón de fichas sísmicas que dibujan el pulso del planeta y los grandes terremotos, en su mayor parte en láminas de papel ahumado
El Archivo Nacional de Datos Geofísicos, ubicado en Toledo, conserva la información recopilada por los observatorios sismológicos que puso en marcha el Instituto Geográfico Nacional en el siglo XX - EFE/Ismael Herrero
photo_camera El Archivo Nacional de Datos Geofísicos, ubicado en Toledo, conserva la información recopilada por los observatorios sismológicos que puso en marcha el Instituto Geográfico Nacional en el siglo XX - EFE/Ismael Herrero

El Observatorio Geofísico de Toledo alberga un tesoro particular, el que conforma toda la información recopilada por los observatorios sismológicos españoles en el siglo XX, más de un millón de fichas sísmicas que dibujan el pulso del planeta y los grandes terremotos, en su mayor parte en láminas de papel ahumado.

Esta ingente documentación forma parte del Archivo Nacional de Datos Geofísicos, que contiene todos los datos analógicos que fueron recopilados por los distintos observatorios sismológicos y observatorios geomagnéticos que tuvo operativos el Instituto Geográfico Nacional (IGN) a lo largo del siglo XX, hasta que los avances técnicos dieron paso a equipos que recogen esta información y la almacenan digitalmente.

El archivo no solo recopila información de los seísmos que tuvieron lugar en España o en la Península y sus cercanías, sino que hay registros de sismos de todas las partes del planeta, en particular de todos los grandes terremotos que se produjeron en la Tierra en el siglo pasado, según relata el director del Observatorio Geofísico de Toledo, José Manuel Tordesillas.

Es decir, que la información que contiene es muy valiosa y sirve para científicos de todo el mundo, que solicitan acceder estas fichas para desarrollar sus investigaciones, por lo que se ha creado una base de datos para localizarlas en el archivo, y actualmente está en marcha un proceso de digitalización para facilitar su difusión.

Su relevancia llevó al Instituto Geográfico Nacional a crear este archivo, a fin de almacenar todas las fichas que estaban en los observatorios que puso en marcha este organismo en el siglo pasado, que dejaron de ser operativos a partir de los años 80, por las interferencias que producían las ciudades en los equipos de medición.

Por esos años se fue pasando al concepto de red sísmica: estaciones aisladas por toda España que están lo más alejadas posible de los núcleos de población, por lo que perdieron su utilidad los observatorios que creó el IGN en el siglo XX, el primero de ellos en Toledo, en 1909, en el edificio que ahora ocupa la Diputación Provincial.

Al de Toledo, siguieron los de Almería (1911) y Alicante (1914), y después otros en Málaga, Logroño, Santiago de Compostela o Tenerife, que conformaban una pequeña red de observatorios (uno de ellos el de Moca, en la isla de Fernando Poo, actual Guinea Ecuatorial), de los que solo quedan operativos el toledano, aunque se ha trasladado a la localidad de San Pablo de los Montes, y el tinerfeño, en este caso trasladado a Güímar.

Pero en sus dependencias estaba toda la información recopilada en décadas, por lo que el ING decidió crear el Archivo Nacional de Datos Geofísicos para preservar el material, ya que buena parte de las bandas de registro sísmico y geomagnético está en soportes muy delicados como papel ahumado, papel térmico o papel fotográfico.

Así, se procedió al traslado de todo este material al archivo de Toledo, que solamente en el apartado sismológico tiene más de un millón de fichas, la mayor parte de ellas en papel ahumado y algunas con una antigüedad de más de cien años.

Aunque han demostrado que son perdurables, porque a pesar de su antigüedad y del material del que están hechas, las fichas sísmicas de papel ahumado están en muy buen estado de conservación, señalan Tordesillas y la responsable del Archivo Nacional de Datos Geofísicos, Marina López.

De hecho, López comenta que es más sencillo trabajar con las fichas de papel ahumado, "aunque manchen las manos", que con las más modernas de papel fotográfico, que si no tienen la humedad correcta se arrugan, se encorvan y se ponen rígidas, mientras que las de papel térmico que se utilizaron en la década de los años 80 del siglo pasado se degradan con mucha facilidad.

La historia de estas peculiares fichas de papel ahumado está unida a la de la actividad de los propios observatorios que fue creando el IGN, hoy un anacronismo, ya que en ellos vivían los ingenieros, los instrumentistas, los mecánicos y sus respectivas familias, porque estas bandas sísmicas se cambiaban todos los días.

De esta forma, cuando se producía un terremoto sonaba una sirena, y si era en la noche y estaban durmiendo tenían que levantarse a cambiar las bandas para empezar a analizar la información y a calcular. Después, los observatorios se enviaban telegramas entre sí, porque se necesitaban los datos de al menos tres de ellos para hacer una triangulación y determinar el epicentro del terremoto.

Para ello, se usaban unos equipos que también se conservan en el archivo de Toledo y que constituyen verdaderas obras de arte de la mecánica, fabricados en países como Alemania o Italia, y otras diseñados por ingenieros españoles y construidas en España.

Estos equipos han sido traídos desde los distintos observatorios, y a veces restaurados en Toledo a partir de viejas fotografías, porque algunos yacían despiezados en garajes y almacenes. Así, en el archivo se exhiben desde grandes equipos de instrumentación mecánica, que llegaban a pesar 750 kilos, a otros que fueron perdiendo peso y aumentando precisión al ir incorporando sistemas electromagnéticos.

Una de sus particularidades es que disponían de un quemador con una mecha que ahumaba el papel, que se montaba sobre un cilindro para que una plumilla plasmara los movimientos en su superficie. Además, estaban dotados de relojes (que también se exhiben en el archivo) que eran un elemento imprescindible, porque cuando hay un terremoto es preciso saber el segundo exacto en el que comienza.

Por otra parte, había que calcular la intensidad del seísmo, para lo que se usaba un método más subjetivo: las encuestas que se hacían a personas escogidas para esta función que había en todos los pueblos, como el farmacéutico, el médico o el cura.

Rellenaban una especie de fichas con los efectos perceptibles del terremoto, que tenían forma de postal y se enviaban por correo a los ingenieros de los observatorios, con el fin de confeccionar la información macrosísmica.

Estas fichas también se conservan en el archivo de Toledo, junto a otros materiales más sofisticados como los 13.000 microfilmes de la antena sísmica de Sonseca (Toledo), que construyeron los estadounidenses en los años 60 del pasado siglo, así como placas de vidrio con imágenes fotográficas de las campañas de gavimetría que ha desarrollado el IGN, desde su creación en 1870.

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