Juegos y limpieza distraen en un albergue a personas sin hogar durante la pandemia

Es el caso de Jesús Manuel, Alberto y Carolina, usuarios del albergue ‘Cardenal González Martín’ que gestiona Cáritas Diocesana de Toledo en el Casco Histórico de la capital castellano-manchega donde, hasta el momento y según confirman a Efe, no se han detectado contagios por COVID-19
Juegos y limpieza distraen en un albergue a personas sin hogar durante la pandemia - EFE/Ismael Herrero
photo_camera Juegos y limpieza distraen en un albergue a personas sin hogar durante la pandemia - EFE/Ismael Herrero

El confinamiento ha puesto a prueba las relaciones entre los residentes de una misma casa y si compartir 24 horas al día durante más de dos mes con los seres queridos, en ocasiones, se ha hecho duro, más difícil lo han tenido las personas sin hogar que han pasado este periodo en albergues con gente desconocida y que, para distraerse, han recurrido a la limpieza, la pintura o los juegos de mesa.

Es el caso de Jesús Manuel, Alberto y Carolina, usuarios del albergue ‘Cardenal González Martín’ que gestiona Cáritas Diocesana de Toledo en el Casco Histórico de la capital castellano-manchega donde, hasta el momento y según confirman a Efe, no se han detectado contagios por COVID-19.

Jesús Manuel, venezolano, llegó a este centro el 28 de febrero y para entretenerse durante la pandemia ha aprovechado para limpiar, lijar los bancos y pintar parte del mobiliario y las instalaciones y asegura haber estado “a gusto” compartiendo también juegos de mesa con otros compañeros, como el ajedrez, el parchís o las cartas.

Por su parte, Alberto, español, afirma que su situación ha sido “triste” porque su familia no le quería ayudar, de modo que no mantenía contacto con ella.

Lleva cinco meses en el albergue y reconoce que lo ha pasado “mal” porque “no tenía dinero para subsistir” y que si no fuera por este centro, estaría en la calle.

Carolina, peruana, dice que el confinamiento ha sido “muy duro” y recalca: “Si pasarlo en tu hogar, con tus hijos o padres, es chocante, imagina vivir con personas extrañas que no conoces y que tienen problemas, algunos psicológicos, otros de alcohol… Durante el encierro, la gente ha estallado, aunque gracias a Dios, no pasó a mayores”.

Subraya que los trabajadores del albergue son “muy buenas personas, nos apoyan muchísimo” y cuenta que para liberar “el estrés y toda la energía que uno tiene” ha pasado el tiempo pintando las macetas, regando las plantas, ayudando a fregar los platos en la cocina y haciendo limpieza en profundidad, pues aunque relata que el Ejército “fumigó todas las habitaciones”, también ellos se han sumado a la tarea y han desinfectado con agua y lejía baños, duchas, manillares, ventanas y cristales.

Diego Gafo es trabajador social en este centro que gestiona alojamientos de urgencia para personas que están “de paso” en la ciudad y que dispone de duchas, lavandería y comedor, además de contar con un servicio de media estancia y de integración sociolaboral y un centro de día con televisión, libros, ordenadores y conexión a Internet para que los usuarios puedan comunicarse con sus familias o buscar trabajo.

Gafo explica a Efe que cuando se decretó el estado de alarma había unos treinta usuarios en el albergue, que tiene una decena de trabajadores, y hubo que cerrarlo “para salvaguardar la seguridad de todos”.

Esto hizo que los voluntarios, algunos mayores, tuvieran que quedarse en casa, al tiempo que “las personas que estaban dentro no podían salir y quienes estaban fuera no podían entrar”, lo que supuso “una faena muy grande” para estos últimos, señala este trabajador social.

Añade que algunos “por su cuenta y riesgo” decidieron marcharse porque “no aguantaban estar encerrados” debido a sus adicciones, o bien fueron acogidos por familiares, pero el resto ha intentado no salir, “salvo para cosas importantes”, como ir al médico o a la farmacia.

Relata que en estos más de dos meses se ha realizado un “intenso trabajo” porque la situación ha sido “dramática” e insiste en que, si estando en casa con la familia ha habido momentos de aburrimiento o confrontación, “con 20 o 30 personas en un centro que ni son amigos, ni familia, y muchas veces ni se quieren, pues hay tensión, como en todas partes”.

Aún así, matiza que el confinamiento se ha llevado “bastante bien” y que “poco a poco”, tanto empleados como usuarios se han ido “acostumbrando” a la situación.

“Lo más importante es que no se ha contagiado nadie, por lo que creo que hemos tomado las medidas correctas”, remarca este trabajador social, y apostilla: “Los hemos tratado con cariño, pero también con seguridad”.

Sostiene que el miedo lo han dejado “atrás” y que en Cáritas les mueve “el amor a los demás”, el cual han querido compartir con “los que nadie quiere”.

“Las personas sin hogar, en el fondo, son los últimos de los últimos. Son invisibles y no es que no existan, es que no los queremos ver”, lamenta Gafo, quien pone de manifiesto sus “ganas de trabajar por ellos” y por devolverles su dignidad.

También hace hincapié en que, con la crisis, se ha notado un incremento de gente que se ha quedado en la calle y demanda alojamiento: personas con trabajos “muy precarios”, que no han cobrado el Expediente de Regulación Temporal de Empleo (ERTE) o que han sido despedidas y no han podido pagar el alquiler.

“Hemos intentado darles una solución, pero no llegamos a todo”, advierte Gafo, quien detalla que la mayor parte de los usuarios son hombres españoles.

“Son personas, con su nombre, sus historias, sus decisiones, algunas veces erróneas”, recuerda este trabajador social e incide en que, por circunstancias de la vida, se han visto en la calle y hay que atenderlas.

Y concluye: “Es lo que hacemos en el albergue, acoger a los más necesitados, a los que nadie quiere y están destruidos y tratarlos con amor”.

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