En un cubículo acristalado, con el sitio justo para un ordenador y un teléfono, Iván encara su segundo día como rastreador. Se prestó voluntario en su unidad del barrio madrileño de Fuencarral a cambiar maniobras por llamadas, como otros centenares de militares repartidos por 14 comunidades.
Esas son las regiones que hasta el momento han solicitado a Defensa efectivos para ayudar a encontrar al virus en los contactos de los infectados. La cifra de peticiones se situaba en 1.638 el pasado jueves, según cálculos del Ministerio de Defensa, a los que hay que sumar los 30 que el viernes solicitó La Rioja.
Un número cada vez más cercano a los 2.000 ofrecidos por el Gobierno y que varía casi cada día, como también están cambiando los uniformes dedicados al rastreo.
Empezaron los de la Unidad Militar de Emergencias (UME) el 11 de septiembre y ahora les toma el relevo el Ejército de Tierra. Estará al mando de todos los equipos de la operación Baluarte menos los de Murcia, a cargo del Ejercito del Aire, que también pone rastreadores en otros lugares como Madrid. Los de la Armada empiezan este lunes en Andalucía.
La UME, en la vanguardia de Balmis y también de Baluarte, seguirá con otras tareas en la lucha contra la pandemia, además de las de cada año (incendios, inundaciones, nevadas...), y el peso lo llevarán los militares de Tierra, que esperan tener en unos días a 1.100 de sus hombres y mujeres metidos en faena.
DE NUEVE A NUEVE
Como Iván, que en el Mando de Artillería Antiaérea trabaja de nueve de la mañana a tres de la tarde, cuando le releva un compañero hasta las nueve de la noche. Los fines de semana se hacen jornadas seguidas de doce horas, en un servicio garantizado 12/7.
En su unidad son 32 dedicados al rastreo, una tarea que hacen voluntarios "con mucho entusiasmo", dice a Efe delante de sus compañeros, porque con su trabajo, añade, ayuda a la gente.
Y la mayoría se deja ayudar, aunque confiesa que en solo dos días se ha encontrado "con bastantes cosas". "Por norma general son muy colaborativos, pero algún caso se puede poner más difícil". Alguno no le ha cogido el teléfono y a un compañero un rastreado se ha negado a darle datos de contactos.
Todas las comunidades menos Cataluña, País Vasco y Extremadura han acudido ya a los uniformados, que han recibido formación antes de sentarse delante del ordenador y también, ya en la silla, ayuda de compañeros de la UME y de técnicos sanitarios autonómicos para familiarizarse con el método y el sistema informático de cada región.
Porque son las consejerías las que ponen las reglas de actuación, las aplicaciones en los ordenadores de Defensa y cada día envían a los mandos una lista con los rastreos a realizar. En algunos sitios como Baleares disponen también los locales donde hacen su labor.
"¿QUÉ TAL SE ENCUENTRA?"
Previsores de formación, ellos ya se han organizado. En cada comunidad han creado una Unidad de Vigilancia Epidemiológica (UVE), de la que parten una o varias Secciones de Vigilancia Epidemiológica (SVE) con 32 militares cada una, que se dividen a su vez en pelotones de 10.
En Madrid hay cinco secciones, a cargo del comandante Fernando García-Reparaz, para quien ser rastreador requiere de dotes comunicativas y empatía de cara a generar una relación de confianza con el rastreado.
"Después de presentarse, el militar lo primero que pregunta es: '¿qué tal se encuentra?'", explica a Efe a pocos metros de Iván, quien ha interiorizado esa otra función. "También estamos para tranquilizar a la gente, intentar que confíen en nosotros", dice el soldado.
A las preguntas sobre el estado de salud, físico y mental, le siguen las más "técnicas" para averiguar con quién se ha visto la persona y durante cuánto tiempo. Porque los militares no solo han recibido formación en empatía, también en epidemiología para discernir, por ejemplo, un contacto estrecho de uno casual.
Y para abordar conversaciones que pueden durar cinco minutos o media hora, con jóvenes, ancianos, personas con patologías previas y adolescentes. Si son menores contagiados, detallan, tienen que pasarle el móvil a sus padres para que los adultos hablen con los militares.
LLAMADAS QUE SE ESCAPAN
La teniente Erica Pinto, a cargo de la sección de Iván, explica a Efe que disponen de asesores del cuerpo de sanidad militar para ayudar con las dudas médicas que surgen en las conversaciones y detalla cómo reaccionan cuando una llamada les desborda. Sería el caso de un rastreado que ha viajado en transporte público o que ha podido contagiar en un colegio.
"Esos se escapan a nuestro alcance y cuando detectamos uno lo ponemos en conocimiento de la Comunidad de Madrid", una vez han sacado toda la información posible de esa primera llamada.
En el resto, se limitan a relatar al contagiado lo que tiene que hacer y "obtener toda la información" posible sobre las personas con las que ha estado 48 horas antes de la PCR o desde que tiene síntomas.
En la segunda mañana rastreando, Pinto explica que su sección ha hecho 57 llamadas, pero no se mueven por objetivos numéricos, apunta el comandante. "El objetivo es hacerlo bien, generar confianza, recopilar los contactos y que se sientan arropados. Es mejor hacer solo diez, pero hacerlas bien".
Son casi las tres e Iván se levanta de su puesto. Ha llegado el momento de desinfectar todo antes del siguiente turno. En poco tiempo, las mesas están limpias y el suelo fregado. En la puerta, los de la tarde esperan a que se seque para seguir buscando al "bicho".