Las huellas de la infancia en la depresión

Ana tiene 59 años, ha sufrido tres veces depresión y, al escuchar al psiquiatra Víctor Pérez Sola decir que quienes sufren experiencias traumáticas en los primeros años de la vida son más vulnerables a la enfermedad, ella asiente. Su infancia transcurrió con constantes intentos de suicidio de su madre.

"Tuve una infancia rara, que yo vivía como normal, con una madre con un trastorno mental, con varios intentos de suicidio, y a pesar de ser situaciones estresantes, cuando tenía 10 u 11 años se fueron convirtiendo en normal y eso es lo más terrible", relata Ana a Efe.

Esta mujer, ya en tratamiento de mantenimiento para la depresión, habla sobre su enfermedad ante psiquiatras, psicólogos y alumnos de la Facultad de Medicina de la Universidad Autónoma de Madrid, en la semana en que se celebra el Día Mundial de la Salud, dedicado este año a la depresión.

En la sala hay silencio por el respeto de escuchar sin tapujos a una persona que ha convivido con esta patología, de la que hablar con normalidad y no esconder como si fuera un secreto, porque ello no contribuye a curarla antes, de ahí la importancia de estos testimonios para acabar con el estigma social.

Cerca del 30 % de las causas de la depresión son genéticas, pero hay otros factores de riesgo, como el ser mujer (se deprimen el doble que los hombres), haber tenido depresiones anteriormente, y es determinante el haber sufrido acontecimientos vitales estresantes o experiencias traumáticas en los primeros años de vida, incluso meses, y en ocasiones también durante el embarazo.

Hasta hace unos años se creía que esos primeros momentos, cuando se genera el carácter y la capacidad de afrontamiento, no eran tan importantes para la enfermedad mental.

Sin embargo, un estudio en 2003 constató con detalle la influencia de los acontecimientos vitales estresantes en la infancia para la vulnerabilidad de la depresión y la sintomatología ansiosa.

En Ana ha pesado el crecer en una situación de conflicto y tensión. Se acostumbró en vivir "en el sobresalto permanente" y por eso se manejaba muy bien en la urgencia e improvisación.

Sufrió un primer episodio en 1996, el segundo llegó en 2006 -cada uno de ellos la hizo estar de baja como informática un año- y el tercero, ya prejubilada, en 2011.

Cuando llegaron, Ana, muy curiosa y activa y con mucho afán de aprender, intentó ocultarlo a sus hijos, porque creció pensando que nunca les iba a hacer pasar por lo que ella pasó.

Pero un día dejo de hacer las cosas que le gustaban y experimentó de cerca "una de las peores cosas de la vida: no tener ilusión por nada, perder la capacidad de entusiasmarte".

Perdió muchas cosas por el camino, que incluso se plasmaron en su físico, su economía y sus amistades, "hartas de oír un no ante sus llamadas", pero las está recuperando.

Esa recuperación le permite ver a la depresión como algo que actuó como "un freno a su hiperactividad, a la sobrecarga de cuidados familiares y de trabajo y a las situaciones de estrés", un freno que le ayudó para poder llegar pensar ahora en ella.

Victoria, de 38 años y actualmente profesora de yoga -ayuda a practicar ejercicio a personas con técnicas de mindfulness y meditación-, tuvo también una infancia también difícil.

"Fui un embarazo no deseado después de otros dos hijos. Mi madre se pasó todo el embarazo llorando, no me quería. Nada más nacer rechacé la leche materna. Yo creo que ése fue mi primer episodio de depresión", comenta Victoria.

Y continúa: "mi madre era una chantajista emocional, maltratadora física y mi padre tomó el papel de sumisión para mantener un equilibrio en la familia. No fui tenida en cuenta. La autoestima no se me trabajó y no me dieron herramientas sociales".

Con 16 años tuvo su segundo episodio y llegó a autolesionarse, pero sus buenos amigos y su madurez hizo que acudiera a un especialista, sin que sus padres se enterasen, y casi logró sacarla de su casa por los maltratos. Al final, según Victoria, lo hizo su padre, cuando contaba con 18 años, y en medio de una paliza.

El tercer episodio fue cuando tuvo que enfrentarse al mundo laboral. "No me sentía capaz de nada. Dejé de hacer todas mis actividades. Busqué malas parejas. Intenté relaciones en las que me sentía en mi zona de confort porque no sabía relacionarme saludablemente".

El cuarto y último fue tras la maternidad. Tiene dos hijos.

Ya afortunadamente ha conseguido estar en proceso de mantenimiento y sigue luchando día a día por "ser quien quiere ser" y con su mejor medicina, el yoga y "el reconocimiento de sus alumnos como una gran profesora".

"No hay que avergonzarse. Esto le puede tocar a cualquiera y lo aceptas y luchas", dice Victoria, quien al igual que Ana, con la ayuda profesional y con los pasos adecuados, ya no se siente aislada de todo y de todos.

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