La tragedia se ceba con Cari Lapique: muere su hermano tras su marido y su hija Caritina

La tragedia se ceba con Cari Lapique: muere su hermano tras su marido y su hija Caritina
El empresario y padre de dos hijos llevaba días ingresado en el Hospital Ramón y Cajal

Según recoge Informalia, el luto se ha instalado en la casa de Cari Lapique como un huésped obstinado que no abandona el salón principal. Primero fue Carlos Goyanes, su marido, cuyo vacío se hizo eterno en un instante; después Caritina, la hija que nadie imagina sobrevivir, el cordón que corta la vida en dos; y ahora Manolo, el hermano mayor, el escudo que desde niños parecía invulnerable. El peso de tantas ausencias resquebraja la estructura familiar que Cari y Myriam Lapique siempre vieron como un tronco sólido. Cada pérdida es una astilla más que se clava en los corazones que aún laten, con ese latido débil, casi resignado, que tiene el duelo cuando se acumula.

Manolo Lapique murió esta madrugada en el hospital Ramón y Cajal, en Madrid, tras una enfermedad larga, extenuante, como si la vida hubiera querido despojarlo poco a poco de sus fuerzas, pero no de su dignidad. Tenía 70 años, y apenas quedaban días para celebrar los 71. Dicen que sus últimos meses fueron difíciles, un desfile de tratamientos que solo parecían estirar el sufrimiento. Aun así, hasta el final mantuvo ese aire de caballero afable y generoso, la sonrisa que no se rindió ni ante el dolor.

La familia Lapique, aristocrática en sus maneras y devota de sus vínculos, se enfrenta ahora al peso acumulado de sus pérdidas. Manuel, hijo mayor del matrimonio formado por Manuel Lapique Quiñones y Caritina Fernández de Liencres Liniers, había nacido para ser el protector de todos, el hermano mayor que velaba por los suyos. Pero incluso las columnas más fuertes caen ante el tiempo. Almudena, la hermana menor, murió joven; ahora Manolo se une a ella, dejando a Cari y Myriam en una soledad que se siente como una sombra helada.

Las últimas imágenes de Manolo nos devuelven al entierro de Caritina, su sobrina, donde acompañaba a Cari en su dolor. Su rostro era el reflejo de quien carga no solo con su propia pena, sino con la de los demás. Ya entonces, su salud era frágil, pero su presencia seguía siendo sólida, una roca erosionada, pero roca al fin.

 

Manuel no era solo hermano, padre y amigo; también fue un hombre de acción, de negocios, de visión. Ingeniero industrial, fundó empresas de exportación y consultoría, y fue director general de Corpique, la compañía que su padre había erigido en 1952. Los proyectos de la familia, como la urbanización y el Hotel Guadalmina Golf en Marbella, fueron un testimonio de su empeño por dejar huella. La Costa del Sol fue más que un lugar de veraneo para los Lapique; era el reflejo de su historia, sus logros y sus lazos.

Manolo tuvo dos hijos, Almudena y Manuel, fruto de su matrimonio con Sofía Tassara, con quien mantuvo una relación cordial y cercana incluso después del divorcio. En una época donde las rupturas suelen destrozar los puentes, ellos demostraron que los lazos pueden transformarse, pero no romperse. Sofía, junto a sus hijos, estuvo presente en cada momento crítico de la enfermedad, fiel hasta el final a quien fue su compañero.

 

Almudena, la hija mayor, refleja ese linaje Lapique que combina elegancia con un espíritu cosmopolita. Educada en Madrid, París y Londres, su vida la ha llevado ahora a México, donde ha continuado el legado familiar de sofisticación y éxito. En 2015, fue una de las protagonistas del Baile de Debutantes de París, un evento que encapsula el universo de privilegio y tradición que marcó su infancia.

Pero todos esos logros y conexiones internacionales se desvanecen ante la simplicidad de la pérdida. Esta tarde, en el tanatorio de La Paz en Tres Cantos, Madrid, los que amaron a Manolo Lapique se reunirán para despedirlo. En ese espacio silencioso, donde las palabras a menudo sobran, Cari Lapique volverá a enfrentar la devastadora tarea de decir adiós. Una tarea que se ha convertido en una constante, como si la vida le exigiera demasiado.

 

Es difícil encontrar consuelo en una tragedia que se acumula como un torrente. Para Bibiana, una amiga cercana de Cari, incluso dar el pésame resulta un acto insuficiente, porque "no hay palabras que llenen ese vacío". Y quizá esa sea la verdad más dura: que no hay palabras, ni gestos, ni rituales que puedan restituir lo que se ha perdido.

La muerte de Manolo no es solo el final de una vida; es el eco de todas las pérdidas previas, un recordatorio de que la familia Lapique, por muy sólida y luminosa que haya sido, también es vulnerable al peso del tiempo y la fragilidad de la existencia. Cari y Myriam quedan ahora como las guardianas de un legado que parece herido, pero no roto. Porque incluso en el dolor, la vida persiste, como un río que se niega a detenerse, aunque sus aguas fluyan con menos fuerza.

Hoy, en el tanatorio de Tres Cantos, el apellido Lapique volverá a resonar entre los pasillos. Pero esta vez, no será con la alegría de las celebraciones que un día definieron a esta familia, sino con el eco de la despedida, esa que siempre deja un vacío imposible de llenar.