"Sofía está devastada anímica y físicamente. Llora día y noche y empieza a dar..."
Un artículo de Pilar Eyre publicado en exclusiva en Lecturas
La reina Sofía está devastada anímica y físicamente. Llora día y noche y su hasta hace poco vigorosa constitución empieza a dar señales de desgaste. Está realizando una vigilia dolorosa al lado de su hermana enferma. Sus hijas no la han dejado sola ni un momento y son las que organizan el operativo médico de su tía Irene. Por cierto, la cuidan de forma desinteresada, ya que Irene no posee fortuna alguna, lo poco que ha llegado a tener lo ha legado a causas benéficas y vive de la generosidad de su hermana.
Las infantas, además de atender a su tía con eficiencia y cariño, están pendientes de su madre, que parece haber llegado a su límite. “Menos mal que tanto Sofía como Irene ven la muerte, no como un final, sino como el principio de una nueva vida”, me cuenta una persona que está al tanto de lo que pasa en el interior de Zarzuela, “un caserón incómodo y solitario a pesar del trasiego de servicio, médicos, enfermeras y sacerdotes católicos y ortodoxos que visitan a la reina para ofrecerle consuelo. Los sobrinos griegos llaman todos los días y hasta Juan Carlos se interesa a través de Elena y Cristina por el estado de su mujer y de su cuñada”.
Su amado Felipe
La situación ha llegado a tal punto que su hijo ha interrumpido sus vacaciones en Grecia para mostrar su apoyo a los territorios devastados por los incendios, es cierto, pero también para estar a su lado. La reina pregunta continuamente: “¿y Felipe?”, porque no deja de ser el hijo favorito y como sus hijas lo saben, le han insistido para que acorte sus días de ocio. Y él ha acudido a su llamada totalmente roto, porque su madre es la persona que más quiere en el mundo. Se lo repetía su abuela Federica cuando era pequeño, “a los padres hay que quererlos incluso más que a los hijos porque se van a ir antes”.
Me imagino la cara de felicidad de Sofía cuando ha visto aparecer a su hijo por la puerta, no sabría si era realidad o imaginación, tan confusa se siente. Porque este ha sido el verano horribilis de la reina Sofía. Mejor dicho, el año, o mejor aún, su vida entera desde que se casó con un hombre al que amaba profundamente y que la engañó desde el primer año de matrimonio. ¡Siente dolor en el cuerpo y en el alma!
Por mucho que nos dijesen que se había recuperado de forma total y absoluta de la infección urinaria que la mantuvo cuatro días ingresada en la clínica Ruber el año pasado, por mucho que haya mantenido una agenda bastante nutrida, su deterioro físico se ha hecho evidente. Más delgada, ojerosa, su andar, antes ligero y juvenil, ahora es titubeante y torpe. Su eterna sonrisa se transforma a veces en una mueca de padecimiento, sus ojos se muestran apagados.
En la recepción de Marivent en Mallorca una señora que la trata todos los años me contó que “le costaba hablar, me dio mucha pena”. Una vez la reina confesó el truco que utilizaba para asistir a un evento cuando se encontraba mal, “mi alma se va, sube hasta el cielo y desde allí mira mi envoltura humana… Esta disociación me permite seguir adelante”. Se lo comento a esta señora y me dice, “es que parecía realmente que no estuviera allí” y añade con tristeza, “si no ha venido en verano es porque debe estar hundida ¡tantas veces ha comentado que le gustaría retirarse a vivir en Mallorca!”.
Una familia que no existe
Hace dos años se murió su hermano adorado. Su marido es una fuente inagotable de angustia y humillación, su imagen en Sanxenxo rodeado de su “tribu”, su estrecha relación con su biógrafa, las declaraciones de sus amigos ponen aún mas de relieve la tremenda soledad en la que vive la reina Sofía. Todo el mundo la admira, reconoce su papel en el largo camino hacia la democracia al lado de su marido, su capacidad de aguante, su paciencia, su dignidad… ¡todo el mundo la admira, pero casi nadie la quiere!
La reina misma, por timidez o por su propia educación, ha puesto un muro entre ella y los demás, porque siempre ha creído que con su familia tenía bastante. Pero esa familia ya no existe como tal. Y, sobre todo, el gran mazazo de la enfermedad de su hermana, su única amiga, su gran compañía. Y ahora, para colmar la copa de su amargura, le queda un otoño todavía más penoso. Primero la entrega de los premios Princesa de Asturias en Oviedo con un papel cada día más marginal, algo que le incomoda profundamente.
Y después y, sobre todo, la presentación en Madrid de las memorias de Juan Carlos. ¿Participará el rey en el acto? ¿Se sentará con su biógrafa ante la prensa, que le hará seguramente todo tipo de preguntas embarazosas? Ganas de hacerlo a Juan Carlos no le faltan y así se lo ha asegurado a Debray. Pero, aunque finalmente no venga, volverán a ponerse sobre el tapete todos los hechos que atañen al emérito y por mucho que su biografía sea halagadora, sabe que de lo que más hablaremos es de la parte negativa de su vida. Examantes y periodistas ya deben estar en la línea de salida dispuestos a contar todo lo que no sale en el libro. ¡Dinero y mujeres, con los detalles más crudos y escabrosos!
Los fantasmas de palacio
La reina Sofía va a cumplir 87 años. Cuando la mayoría de las mujeres de esta edad viven de forma apacible rodeadas de sus seres queridos, ella está sola en su inmenso palacio, rodeada de fantasmas. Cuando llegue su hora -esperemos que tarde mucho- y San Pedro le pregunte en las puertas del cielo qué ha hecho en la vida, Sofía podrá contestar, “solo he cumplido con mi deber”. Nada más… y nada menos.