Doña Sofía se prepara en silencio para abandonar Zarzuela: un viaje muy doloroso
Según recoge EsDiario, en los próximos días, la Reina Sofía volverá a cruzar las puertas del Palacio de Marivent, como ha hecho casi cada verano desde hace más de medio siglo. Pero esta vez, el aire será distinto. No será un verano más. Este año, la Reina Emérita llega antes de lo habitual, como si el reloj interno le avisara de que el tiempo —más que pasar— se empieza a agotar.
A su lado, como en tantas otras temporadas, estará su hermana Irene de Grecia, esa presencia callada que ha sido más que sangre: una sombra fiel, una compañera de silencios. Pero Irene ya no es la misma. La movilidad es frágil, la memoria se escapa a ráfagas, y Doña Sofía lo sabe. Por eso adelanta la estancia. Porque en este punto de su vida, lo único urgente es lo esencial: cuidar a quien ha estado siempre, incluso cuando todo temblaba.
Marivent no es un palacio, es un santuario. Para Sofía, lo ha sido todo: escenario de veranos oficiales, de veranos rotos, de otros donde fue invisible, y de los más recientes, donde ya no se espera nada de ella, salvo esa dignidad que se ha vuelto su forma de estar en el mundo. Aquí no hay trono ni agenda; hay una reina que ya no necesita demostrar nada.
ESdiario lo adelantaba hace semanas: la Reina Sofía arrastra una tristeza silenciosa, una pena que no se exhibe, pero se intuye. La sucesión de escándalos que han salpicado a Don Juan Carlos I —los últimos, de nuevo, en boca de todos— la han golpeado con más fuerza de lo que deja ver. Y ahora, con Irene debilitada, siente cómo se apagan los pilares que la sostuvieron durante medio siglo. La soledad no es nueva, pero cada año es más alta.
A la espera de la llegada de los Reyes Felipe VI y Doña Letizia y la de sus hijas, la Reina pasará estas primeras semanas rodeada de sus leales. Tatiana Radziwill, prima, memoria viva de sus días en Atenas, y Alia de Jordania, la princesa intelectual y discreta que la acompaña desde hace décadas, así lo recoge el portal Tendencias.
Cuenta el portal Trendencias, que las tres no necesitan decirse mucho. Lo han vivido todo. Pueden pasar tardes enteras hablando del pasado… o simplemente dejando que el silencio diga lo que el protocolo no puede.
Habrá paseos breves por el Borne, alguna visita a la Fundación Proyecto Hombre, donde el padre Tomeu Català —uno de los pocos que aún la llama directamente— la espera como cada verano. Tal vez alguna aparición en actos sociales, aunque ya sin luces ni discursos. Porque lo que Sofía quiere este año no es visibilidad, es intimidad.
Cuando llegue el resto de la familia, Mallorca retomará su ritmo habitual: los posados en los jardines, las cenas discretas en Portals, los saludos breves a la prensa. Pero para entonces, Doña Sofía ya llevará días allí. Escuchando el mar, cuidando a su hermana, y reconstruyendo en soledad lo que la historia le arrebató sin estridencias.
Ella nunca reinó con la voz. Lo hizo con la espalda recta, con la mirada baja y con esa lealtad que no necesita cámaras. Y si en algún lugar puede seguir siendo ella, es aquí. En Marivent. Donde todo acaba, y también —a veces— empieza de nuevo.