Al descubierto lo que jamás se contó del polémico divorcio de la infanta Elena

Así se lo contó su padre el rey emérito a su médico en una consulta
Al descubierto lo que jamás se contó del polémico divorcio de la infanta Elena
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Un artículo de Pilar Eyre publicado en exclusiva en Lecturas

Por estas fechas, hace 15 años, Juan Carlos estaba en el pequeño quirófano de la clínica de estética de la parte alta de Barcelona donde se hacía tratamientos para rejuvenecer: infiltraciones con bótox y ácido hialurónico, régimen especial para adelgazar e inyecciones de vitaminas y hormonas, muy necesarias para mantener el ardor en su relación con Corinna, casi 30 años más joven. Mientras el buen doctor le pinchaba las arrugas del entrecejo, el rey iba contándole a quien ya se había convertido en amigo: “¿Sabes que mi hija, la infanta Elena, se va a separar oficialmente de Marichalar?” El médico, que había vivido en Estados Unidos y tenía una visión moderna del asunto, dijo que si no se llevaban bien era lo mejor que podían hacer y el rey le respondió, indignado: “¡Pues no, que se aguante y se joda, como hemos hecho todos!”; aunque luego añadió:, “¡Claro que no se llevan bien! Pero cuando le dio el ictus a Jaime le dije que resistiera, que daría una imagen tremenda de la familia si lo abandonaba en esos momentos”.

El médico comentó, mientras se quitaba los guantes y los tiraba a un cubo junto con la jeringuilla y la ampolla vacía, “pues ha llegado la hora del adiós”, pero el rey rezongó: “Yo le he dicho que no lo haga, que en España una divorciada es menos que nada. ¡Una señora sola es un cero a la izquierda en sociedad! Pierde amistades, la aíslan, las otras mujeres la temen y dejan de invitarla, mis amigas separadas después se han arrepentido”. Aunque luego reconoció: “La verdad es que Elena ha aguantado mucho”. Poco después de esta conversación, el 13 de noviembre de 2007, se comunicaba el “cese de su convivencia”, con lo que se daba fin al matrimonio entre Elena de Borbón y Jaime de Marichalar. Un matrimonio gafado desde el principio, desde el mismo día de la boda, el 18 de marzo de 1995. Una boda cuyos fastos pagó Juan Carlos gracias a un ‘préstamo’ de 100 millones de dólares que le hizo el rey Fahd de Arabia Saudí. La ceremonia tuvo lugar en la catedral de Sevilla, los ciudadanos se lanzaron a la calle para aplaudir al primer hijo de los reyes que se casaba y los que estaban en primera fila pudieron escuchar los terribles denuestos que soltaba la infanta Elena cuando el velo se enganchaba con la alfombra de tejido acrílico, “coño, mierda”. El padre iba en silencio y con expresión dolorida, pero no era por el lenguaje de su hija, al que ya estaba acostumbrado, sino porque su brazo derecho, que llevaba doblado en un ángulo de 45º para que la infanta se agarrara, estaba enyesado desde el codo a los nudillos. Se lo había roto esquiando en Candanchú y cada vez que su hija daba un tirón a la cola para poder avanzar, el padre veía las estrellas.

Tuvieron dos hijos y la infanta se convirtió en una señora elegantísima, pero el matrimonio fue un fracaso absoluto. A pesar de su religiosidad, Elena estaba a punto de separarse cuando a su marido le dio un ictus pedaleando en una bicicleta estática. Y ahí empezó un infierno, para él, pero también para ella. El ataque cerebral modificó el carácter de Jaime, pasó de ser un hombre exquisitamente educado a una persona malhumorada, iracunda, capaz de expresar las mayores inconveniencias. Al final, la pareja decidió irse a EE UU para recibir tratamiento. Muy cortos de dinero, sobrevivieron gracias a que la directora del hotel de Nueva York donde se alojaban era española y les hizo precio especial; y gracias también al apoyo de algunos amigos que les facilitaron guardería para sus hijos y los invitaban a pasar las vacaciones en los Hamptons. Jaime soltaba todo lo que se le ocurría, sin filtros, desde llamar fea a una señora a decirle a otra que iba mal vestida, y su mujer trataba de arreglar sus desaguisados y sufría horriblemente.

En el 2004 una envejecida y desdichada Elena se reunió con su padre y le confesó que no podía más. Aunque Juan Carlos estaba en pleno enamoramiento de Corinna y veía el mundo de color de rosa, le pidió que esperara a que se casara su hermano para no restar brillo a este enlace tan cuestionado. Y Elena aceptó continuar sacrificándose. Yo los vi en esos años negros, a todo el grupo familiar, en el Club de Polo de Barcelona, donde concursaba la infanta. Eran las nueve de la mañana y apenas había nadie. En la tribuna de invitados estaban el rey, Cristina, los hijos… y Marichalar. Pero era como si no estuviera porque se mantenía apartado, envuelto en una gran bufanda y con sus inevitables cascos, sin que nadie le dirigiera la palabra. Fue patético el momento en que se levantaron para irse. Jaime se puso en pie torpemente e intentó ir a su paso a pesar de sus dificultades para caminar, sin que nadie le tendiera una mano. La infanta aguantó un tiempo más, hasta hace justo 15 años. Desde entonces ha vivido oscuramente, ha sido marginada de las actividades de la Casa Real como su hermana Cristina, aunque ella sin ninguna culpa, y habla todos los días con su padre. Según me cuentan, Juan Carlos, cuando se refiere a su hija en confianza, siempre dice: “Elena es la mejor de todos nosotros”. Quizás sea cierto.

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