Muy enfermos: Se destapan los únicos dos amores de la reina Sofía en su momento más difícil

La reina ya no luce el anillo de matrimonio con el rey Juan Carlos
Muy enfermos: Se destapan los únicos dos amores de la reina Sofía en su momento más difícil
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Un artículo de Pilar Eyre publicado en exclusiva en Lecturas

Los únicos dos amores que Sofía ha tenido en su vida están enfermos. Muy enfermos. Juan Carlos de Borbón y Harald de Noruega. Aunque Juan Carlos sigue lúcido de mente como un chaval de 20 años, está mal de salud y ha tenido que pasar por el quirófano, una intervención leve para arreglar una operación anterior. Y Harald, el rey de Noruega, según dicen, se encamina serenamente hacia su final aquejado de diversas dolencias. ¿Cómo se lo estará tomando la reina española? ¿Sufrirá, rezará por ellos? ¿Por el que sigue siendo su marido y por el que fue su novio?

Porque Harald y Sofía llegaron a ser novios y estuvieron a punto de casarse, por mucho que la propia reina lo niegue a Pilar Urbano: “Casi no lo conocía, fue un invento de la prensa”. Pues no, fue un noviazgo en toda regla que, sin embargo, le dejó un regusto tan amargo que ha optado incluso por mentir sobre ese episodio de su vida. En 1960, Harald, el heredero de la corona noruega, era llamado ‘el jeque blanco’ por su inmensa fortuna, ya que poseía los yacimientos de petróleo más grandes de Europa. Era guapo como el dios Tor, aunque, según el historiador Juan Balansó, que lo trató mucho, “era bobo, insípido, poco ingenioso y aburría a las ovejas”.

La ambiciosa reina Federica de Grecia, la madre de la ‘basilissa’ (‘la que reina’, en griego) Sofía, puso sus ojos en él y envió a su hija a las regatas de Hankoe, en Noruega, acompañada de su prima Tatiana, sabiendo que Harald era uno de los participantes. Con el resultado de que tanto Sofía como Tatiana se enamoraron del príncipe noruego ¡y estuvieron años sin hablarse! ¡La única vez que ambas primas estuvieron enfadadas! Harald y Sofía fueron fotografiados juntos a bordo de un velero, comiendo en el Yatching Club... La prensa griega, adiestrada por Federica, publicó en grandes titulares “¡Nuestra ‘basilissa’ será la reina de Noruega!”.

Pero los periódicos noruegos guardaban silencio y Federica desenfundó su gran arma de seducción: invitó al príncipe con su padre, el rey Olav, a pasar un mes en la idílica isla de Corfú, el lugar ideal para enamorarse. Cielos estrellados, criados vestidos a la griega, románticos conciertos de guitarras, el licor de quinotos... La pareja se perdía en los bosques donde jugaban las ninfas y todo era verano. Federica iba ya a anunciar el noviazgo cuando el palacio real de Oslo le recomendó prudencia. La reina se enfadó, preguntó qué obstáculos había y el rey Olav le respondió con brutalidad que la monarquía griega era demasiado pobre, porque el parlamento solo dotaría con cuatro millones de dracmas a su ‘basilissa’. Sin embargo, el auténtico obstáculo para esta boda no era el dinero, sino que Harald estaba enamorado de una modistilla llamada Sonia Haraldsen, que cada vez que el príncipe aparecía en una foto con una princesa europea ¡intentaba suicidarse!

Hasta siete veces tuvo que llevarla Harald al hospital: cuando el príncipe estuvo en Corfú, Sonia se tomó un tubo entero de pastillas y tuvieron que hacerle un lavado de estómago in extremis. Harald, que era considerado un atleta sexual, tenía relaciones a la vez con una azafata en un piso de las afueras de Oslo, ¡pues allí se presentó Sonia y le dio con el bolso en la cabeza a la azafata, que tuvo que ser hospitalizada con una conmoción cerebral! Todas estas aventuras, que parecen de película, eran puntualmente reseñadas con gran jolgorio en la prensa noruega, la más libre de su época.

Pero Federica no cejaba en su empeño y obligaba a Sofía a acudir a las ceremonias en las que sabía que estaba Harald: la puesta de largo de los nietos de los reyes de Suecia, la boda del duque de Kent... En el banquete en Londres, sentaron juntos a Harald y Sofía, a los que todos consideraban novios, y Federica filtró que en el hotel Savoy reunirían a la prensa para comunicar la fecha de sus futuros esponsales. Pero esa misma noche se presentó Sonia en Inglaterra, se echó a los pies de Harald y le dijo que si no se casaba con ella lo mataría y se mataría después. El impresionable príncipe, conmovido, llamó a su padre, le dijo que no pensaba abandonar a esa mujer que tanto lo amaba y que se lo comunicara a la reina de Grecia. A regañadientes, Federica no tuvo más remedio que darse por vencida.

En la abadía de York Minster, donde se celebró la boda de los Kent, Harald ya no se atrevió a sentarse en su lugar asignado al lado de Sofía, que se sintió humillada a ojos de todos los invitados... Avergonzada, bajaba los párpados, se abanicaba con el libro de cantos... Hasta que un chico larguirucho medio rubio, le dijo: “Sofi, ¿puedo?”, y sin esperar respuesta se sentó a su lado. En el silencio de la inmensa catedral pudo oírse la voz bronca de Federica dirigirse a Juan de Borbón, el padre del chico alto y rubio: “Este verano podríais venir toda la familia a pasar unos días a Corfú...”. Pobre Sofía, solo dos amores, y ambos desdichados.

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