Víctimas en la sombra: las familias de los que lucharon contra la banda terrorista ETA

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Policías y guardias civiles que han dedicado su vida a la lucha contra el terrorismo en silencio y, junto a ellos, sus familias, calladas también, son otras víctimas de ETA, éstas en la sombra, a las que les hubiera gustado recibir algún tipo de reconocimiento.

"Ha sido una tragedia de sesenta años en toda España y hay muchas víctimas que no son los muertos ni los heridos, aunque ellos y sus familias sean los importantes", señala a Efe Lilián Aguirre.

Esta periodista, "mil años casada" con un guardia civil que ha dedicado su carrera profesional al terrorismo en el Grupo de Acción Rápida y en servicios especiales y de información, decidió abandonar su silencio para reivindicar a las otras víctimas, "un montón de gente que hemos estado sufriendo" desde que ETA empezó a matar.

"Poco a poco te vas abriendo a tus amigos o a tus compañeros y les vas contando alguna pincelada y te vas descargando un poquito". Ese fue el momento en el que decidió escribir un libro que tituló "Heridas en la sombra: las otras víctimas de ETA", novelado pero basado en hechos reales.

Aguirre es también la autora del ensayo "Profesión: luchar contra ETA", en el que analiza el entresijo del trabajo de los agentes y cuenta situaciones angustiosas que tuvieron que vivir, como "entrar detrás de un tío en una herriko taberna y que te empiecen a hablar en euskera, a mirar y te plantees si te habrán reconocido o no".

Eran los años más sangrientos en los que las familias sufrían cada minuto que el agente pasaba fuera de casa, una época que, aunque ahora parezca mentira, no había teléfonos móviles ni correo electrónico.

"No tener noticias era lo que peor llevaba porque sabía que mi marido estaba la mayor parte del tiempo en el País Vasco, pegado como una lapa a esa gente, vigilándolos, y le podían descubrir en cualquier momento, darse la vuelta y pegarle un tiro".

Aunque siempre llamaba a casa por las noches, cuando llegaba la hora de acostarse y no se había producido la llamada, su angustia aumentaba.

En una ocasión, Lilián cuenta que estaba oyendo la radio en la cama y escuchó que habían matado a dos guardias civiles y por error se informó de que eran agentes recién llegados de Madrid. "Me levanté de la cama, cogí al niño, me dio una especie de locura. Afortunadamente mi marido llamó al cabo de media hora".

Una angustia, la de las familias, que no ha sido reconocida. Menos aún la de los agentes, lamenta.

"Imagínate qué siente mi marido cuando ve coroneles o generales que no han pisado nunca el terreno y llevan no sé cuantas medallas con distintivo rojo, y a él y a sus compañeros no les han dado ninguna".

Tampoco se sentían apoyados "cuando los políticos no hacían ni puñetero caso a los muertos, cuando veían salir a sus compañeros muertos por la puerta de atrás del cuartel" o tenían que realizar su trabajo en coches que no estaban blindados.

"No ha habido medios, no ha habido reconocimiento ni en medallas ni en palmaditas en la espalda", se queja Lilián.

Y encima ahora "ves que el final no es como debería ser, no ves unos tíos que suelten unas armas encima de la mesa y digan nos hemos equivocado, lo sentimos".

Si hubiera sido así "nos sería más fácil olvidar el miedo y la falta de reconocimiento hacia esa gente que no ha muerto en atentado pero que luego se ha suicidado o ha quedado con secuelas psicológicas".

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