El primer Gobierno en España por una moción de censura mantiene la incógnita electoral

Apenas 24 horas después de que las crónicas periodísticas se aventuraran en dar alas a Mariano Rajoy en su afán por agotar la legislatura debido a que el Congreso avaló su proyecto de ley de presupuestos, la rémora de la corrupción cortó en seco esa aspiración

Mariano Rajoy felicita a Pedro Sánchez en el Congreso de los Diputados tras ser investido presidente del Gobierno al prosperar la moción de censura
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La política española ha venido sumando acontecimientos que han permitido calificar de histórico cada uno de los últimos años, y 2018 no será menos y pasará a formar parte de esos hitos al haber alumbrado por vez primera el triunfo de una moción de censura y el consiguiente relevo al frente del Gobierno.

Apenas 24 horas después de que las crónicas periodísticas se aventuraran en dar alas a Mariano Rajoy en su afán por agotar la legislatura debido a que el Congreso avaló su proyecto de ley de presupuestos, la rémora de la corrupción cortó en seco esa aspiración.

La sentencia de la primera etapa del caso Gürtel fue la puerta de una moción de censura que Pedro Sánchez presentó asumiendo que su destino más probable era el fracaso.

También lo creía Rajoy y por eso decidió que se cumpliera cuanto antes su trámite en el Congreso. Sólo pasaron seis días desde su registro hasta el inicio del debate, y conforme se iba acercando la votación, el aún líder de la oposición empezó a creérselo.

Fue sumando apoyos a medida que se sucedían los contactos y reuniones, los independentistas entraron en el juego para desalojar a quien había utilizado por vez primera en la vida de la Constitución el artículo 155, y el PNV se vio en la tesitura de decidir si salvaba o no al presidente con el que acababa de pactar los presupuestos

No lo hizo. Rajoy, refugiado durante horas en un céntrico restaurante donde se fue reuniendo con dirigentes del PP y ministros mientras proseguía el debate en el Congreso y su escaño era ocupado por el bolso de su vicepresidenta, Soraya Sáenz de Santamaría, se resistió a dimitir.

Era la alternativa que le ofrecía Sánchez. Daba un paso atrás y retiraba la moción. Pero no tiró la toalla, la moción se votó y provocó la mudanza más rápida que ha visto el Palacio de la Moncloa.

Aire fresco, según lo socialistas. Un presidente vendido a los populistas y a los que habían dado un golpe a la Constitución, según el punto de vista de Génova.

Sánchez armó en pocos días un Gobierno, el primero en España con más mujeres que hombres, que generó expectativas, con ministros de renombre como Josep Borrell y toques "exóticos" como los de Pedro Duque y Máxim Huerta.

Pero pronto llegaron problemas que provocaron dos bajas en el Gabinete, las de Huerta y Carmen Montón.

Sánchez pretendió abrir un nuevo cauce con Cataluña, actuó de cicerone con Quim Torra por Moncloa y rebajó la litigiosidad en los tribunales con la Generalitat, pero ha tenido que endurecer su discurso y advertir de que actuará con contundencia si los amagos del independentismo de vulnerar de nuevo la ley se convierten en realidad.

Con el 155 calentando en la banda por si fuera preciso su concurso, ese cambio de actitud alimenta los reproches de la oposición sobre sus bandazos y rectificaciones, entre los que citan el amago de no presentar el proyecto presupuestario de 2019 y el anuncio posterior de que será realidad en enero.

Y en ese capítulo se incluyen las opiniones que se han ido vertiendo sobre el momento en el que los españoles serán llamados a las urnas.

Esa es la incógnita que persigue a Sánchez, quien se sintió especialmente dolido con las dudas que lanzó la oposición sobre la autoría de su tesis doctoral.

Desde sus primeros compases como presidente quiso volcarse en una agenda social con énfasis en la igualdad y la atención a los que se vieron especialmente perjudicados por la crisis.

Que eso se perciba es su obsesión. Y también que los ciudadanos, ante determinadas decisiones, unas las entiendan como una obligación moral y otras como una necesidad demorada en el tiempo y que él se ha atrevido a ejecutar: léase, respectivamente, la acogida del Aquarius o la exhumación de Franco del Valle de los Caídos.

También quiere liderar una puntual reforma de la Constitución (para limitar los aforamientos) que espera que sea el aperitivo de otra de mayor calado que se afronte próximamente

Sánchez ha pretendido reforzar la imagen presidencial con una agenda plagada de compromisos internacionales en los que ha hecho bandera del multilateralismo como única vía para solucionar problemas globales como el cambio climático.

Seis meses después de llegar a la Moncloa, la principal pregunta al presidente sigue siendo la misma, cuándo convocará elecciones.

Las arenas movedizas de Cataluña pueden ser la clave para que se hundan sus esperanzas de alargar al menos hasta otoño la legislatura y tengan que acudir a ese superdomingo que uno de los puntales del Gobierno, José Luis Ábalos, no descartó.

Con sólo 84 diputados propios, con Torra bordeando la legalidad, con malos augurios para el proyecto presupuestario, con los barones socialistas alertados tras lo sucedido en Andalucía y con Vox irrumpiendo en el panorama político después de las elecciones en esa comunidad, Sánchez debe decidir el momento en el que deja de caminar por el alambre y convoca elecciones. Equilibrismo puro.

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