Opinión

La ahogada de Estepona

Es cierto que la urbanización demenciada y salvaje en la Costa del Sol multiplica los devastadores efectos de las lluvias torrenciales, pero también lo es que las mejores infraestructuras de alivio pluvial no habrían bastado para achicar el agua que se desplomó sobre la zona, como desde infinitos grifos a su máxima potencia, en la noche del sábado al domingo.

Los diluvios no son raros en esa franja costera que, encajonada entre las montañas y el mar, goza (y sufre también a veces, como ahora) de un clima subtropical que los favorece. Pero la invasión de ramblas y cauces por un urbanismo descontrolado, tan descontrolado que olvidó por codicia la necesidad de un red de alcantarillado en condiciones, y con separación de aguas fecales y pluviales, anega la zona cada vez con mayor virulencia, tanto más cuanto el cambio climático, consecuencia de los tormentos infligidos por el ser humano a la Naturaleza, desquicia el rumbo, las fechas, la intensidad y la magnitud de las precipitaciones.

Nada se hará desde el Gobierno, ni desde éste ni desde ninguno, para afrontar esas amenazas climáticas que, como vemos, han pasado ya a mayores, tan a mayores que en éste su último embate en la provincia de Málaga se han cobrado, además de numerosísimos daños materiales, la vida de dos personas. Como mucho, desde el Estado se librarán algunas cantidades para la "zona catastrófica", pero volverán las trombas y las inundaciones, y otras criaturas pagarán con su vida la incompetencia y la desidia de las autoridades.

Esa muchacha que se ahogó en Estepona, náufraga para la eternidad en el club de alterne donde dormía, es de las que ya han pagado las culpas, las negligencias, de la corrupción política: el dicho club se halla tres metros bajo rasante en una escorrentía natural del agua. A la chica, que dormía en semejante lugar porque no podía alquilar un piso al carecer de contrato, de aval y de otros papeles, se la encontraron los bomberos flotando, muerta, en la pecera turbia, abisal, del antro.

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