Opinión

De palabras y falsos mártires

De palabras. Estamos hechos de palabras. Palabra interior o palabra expresada, pero esa es nuestra condición, las palabras van –y vienen- siempre con nosotros: cuando soñamos, cuando imaginamos, cuando callamos, cuando nos hacen callar... o lo intentan.

El Ulises de Joyce es palabra que ni ceja ni se detiene, corriente de conciencia que fluye a borbotones como la sangre y la vida, imparable. Somos el animal que habla hasta el último suspiro.

Por eso cuando nos prohíben hablar, es como si nos prohibieran respirar, están violentando nuestra misma condición humana. Por ejemplo, con leyes mordaza, con inquisiciones, con fanatismos, con el control y el monopolio de los medios de comunicación.

Felipe González no es santo de mi devoción, más bien todo lo contrario, como no lo es de otros muchos que han sido testigos, al igual que yo, de su trayectoria política o de ella se han informado.

Sólo le voté una vez, y a los dos meses ya me había arrepentido, desengañado.

Con el paso de los años, se ha confirmado y reforzado mi impresión negativa respecto a este político que aún detenta un gran poder en nuestro país (lo cual es incomprensible), y sus sucesivas actuaciones políticas -la última bien reciente- no han hecho más que empeorar mi juicio respecto a él. Algunas de sus sombras permanecen innombrables.

Pero dicho esto hay que dejar bien claro que episodios como el de ayer en la universidad autónoma de Madrid no tienen ninguna justificación, y son absolutamente condenables. Los que impidieron que hablara libremente se hicieron un flaco favor a sí mismos, y a él le hicieron un gran servicio.

Felipe González, ni es un héroe de la libertad (pesa demasiado en él la razón de estado y la sinrazón del dinero), ni es un mártir. Mártires son, en todo caso, los inocentes que murieron a mano de los GAL, que en esto no se distinguen de los que murieron a manos de ETA.

Precisamente porque este es un país  en el que donde durante tanto tiempo la libertad política, la libertad religiosa y de conciencia, la libertad de prensa y la libertad de palabra, han brillado por su ausencia, y donde tantas personas han sido perseguidas por estos motivos o llevadas a la muerte en la hoguera, donde el fanatismo ha sido seña de identidad y casi orgullo de raza, nuestra sensibilidad al respecto debe ser mucho más reactiva y aguda.

Un país que ha sido protagonista y colaborador del fascismo y del nazismo, albergue seguro durante tanto tiempo de criminales de guerra nazis, donde el fascismo murió (si es que murió) de viejo, debería estar vacunado contra los métodos del totalitarismo. El fuego no se combate con fuego. Y la palabra se combate con palabra, no con violencia.

Por eso no es de recibo que se impida hablar a Felipe González en una universidad, como tampoco es de recibo que se prohíba -o casi- a Pablo Iglesias mencionar a los GAL o a la cal de sus infames crímenes en un parlamento.

En este tema, el gobierno de la ley mordaza tiene muy pocas lecciones que dar.
Un gobierno a cuyo ministro de interior le "pillaron con el carrito del helado", y al que el senador Mc McCarthy tendría muy poco que enseñar sobre caza de brujas, no favorece la salud de nuestra democracia. Más bien todo lo contrario.

Tampoco ese medio que señalo el objetivo a eliminar (ese "insensato sin escrúpulos") en el reciente golpe de mano socialista.

A favor por tanto -como no podía ser de otro modo- de la libertad de expresión, y en contra de la hipocresía de tanto falso mártir.

La calle -como la universidad- es un lugar muy digno para ejercer la palabra, hablada, gritada, y escrita en pancarta.

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