Opinión

La vida es breve 2

Sebastiao Salgado empezó como economista y acabó como fotógrafo. Esa suerte hemos tenido. Su obra es insustituible, y quizás una de las más necesarias y oportunas para este momento histórico.

En la magnífica película-documental de Wim Wenders sobre Salgado, "La sal de la tierra", veréis que cosas ocurren aquí al lado, en la puerta de nuestra casa, en el Sahel, por ejemplo.

Leí hace ya muchos años "El Decamerón negro" de Frobenius, y el recuerdo maravillado que tengo de aquellos relatos -que brotan naturales y espontáneos de esa tierra y que nos recuerdan a los de las Mil y una Noches- contrasta dolorosamente con las imágenes más recientes de miseria y muerte que nos descubre Salgado.
Es la distancia que va de la complejidad y riqueza de la civilización, la poesía, y el arte, a la homogeneidad desnuda de la miseria mortal.

La lectura de la obra de Frobenius puede suponer una especie de descubrimiento o revelación sobre África. Así mismo, las fotos de Salgado sobre esa tierra solo puede llevar a preguntarnos una y otra vez ¿Por qué?

También veréis en ese documental, arder los pozos de petróleo de Kuwait, durante la guerra de Irak, y a los caballos pura sangre que, al no poder escapar, enloquecieron en ese infierno dantesco donde hubo días enteros en que reinó la noche.

"Trabajadores" es otro de sus libros de fotografías, donde Salgado nos demuestra que el mundo descrito y denunciado por Carlos Marx, sigue aquí. Nunca se ha ido, o ha vuelto con renovada fuerza y crueldad. La injusticia y la opresión no envejecen, y siempre encuentran nuevos disfraces, nuevos lenguajes, nuevos sofismas.

"Éxodo" es otra de sus obras. Se dice en el documental de Wenders: "Mientras Europa cerraba sus fronteras, Sebastiao intentaba arrojar luz en la vida de los marginados".

Los marginados eran en este caso los de las diásporas múltiples y letales del mercado global y las guerras locales.

Y Sebastiao, que siempre volvía a África, fue testigo también de las terribles matanzas y éxodos de Ruanda.

De aquí ya salió, como el mismo  confiesa, con el alma enferma, sin fe en el hombre, "el animal más feroz".

Fue en la hacienda de campo familiar, de una tierra consumida, arruinada y seca, donde Sebastiao Salgado concibió una metáfora del mundo que había conocido y recorrido hasta la extenuación, y de allí pudo extraer una lección esperanzada.

Allí pudo sanar su alma enferma, al mismo tiempo que regeneraba la Naturaleza en ese pedazo de terreno yermo y casi muerto. Junto con su mujer, Lelia, planto miles de árboles y plantas, y fueron esas plantas y los árboles que veía arraigar y crecer, en un equilibrio recobrado, los que le curaron a él y sanaron su alma.

Esto lo entiende sin dificultad todo aquel que se recrea en la contemplación de los ciclos, siempre vivos y siempre pujantes, de la Naturaleza, que son los mismos que podemos contemplar en un pequeño terreno, o en un simple jardín. Esa “renovación” es no sólo un símbolo, no sólo una metáfora, sino también es, física y espiritualmente, una medicina.

Y con la salud volvió la fe y la esperanza, y nuevos viajes. De ahí arranca su gran obra: "Génesis", un canto al planeta que nos sostiene y al que, como insensatos sin cura, maltratamos.

El documental acaba con este mensaje:

"El hombre cuyas fotografías nos han contado miles de historias sobre nuestro planeta, nos deja una gran historia y un gran sueño: la destrucción de la naturaleza se puede revertir".

Si sois de los que pensáis que formamos parte del todo y de él dependemos, que no hay muro que contradiga este hecho ni ideología que pueda ocultar esta verdad; que la Naturaleza, que ha construido y alcanzado un cierto equilibrio en el transcurso de millones de años, tiene algo que decirnos y enseñarnos, estaréis conmigo en que va siendo hora de reaccionar y enfrentar la situación presente. Con ayuda de la ecología, se hace necesario y urgente construir un nuevo humanismo frente a la barbarie actual. Y en esa tarea, la actitud ante los refugiados es una asignatura pendiente, y la actitud ante la Naturaleza, el examen definitivo.

Aunque la vida sea breve, lo peor es dejar de creer en ella.

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