Opinión

Desde fuera y desde dentro

Cuando la derecha más rancia y retrógrada (también la más corrupta) elogia y hace campaña por Susana Díaz, y parece querer llevarla en palmas hasta la victoria final en las primarias socialistas ¿le hacen un favor?

No, pero nos lo hacen a nosotros, porque si sobre lo que se debate y se decide en esas elecciones había alguna duda, esa circunstancia y ese apoyo lo deja un poco más claro.

Desde fuera del PSOE, pero desde dentro de los graves problemas a los que se enfrenta este país -el mayor de los cuales es la corrupción-, es difícil mostrarse indiferente a lo que el PSOE decide este domingo 21 de mayo, o abstraerse de la importancia que tiene para todo el país.

Creo que no somos pocos los que habiendo sido testigos del derrotero político que el PSOE ha ido tomando durante las últimas décadas (algunos hemos sido incluso votantes de ese partido), intuíamos que antes o después ese partido y esa evolución plena de contradicción y de decisiones inexplicadas, iba a entrar en crisis, y que dicha crisis no iba a ser una fiebre ligera ni un simple catarro.

Según lo vemos, la cuerda se ha ido estirando tanto, en la insensata creencia de que la elasticidad y la paciencia de los votantes socialistas son infinitas, que al final la tensión ha sido insoportable y la cuerda se ha roto.

Ahora se quiere coser, cuando algunos ni siquiera son conscientes o reconocen las causas y las responsabilidades de esa ruptura. No, ellos no tienen nada que ver con ese fracaso. Los responsables y culpables son los que acaban de llegar.

Para algunos militantes ha sido ya demasiado, y no han querido participar ni un minuto más en una mascarada que no sólo los avergonzaba, sino que los hacia fracasar en las urnas, quedando relegados al papel de lubricante fiel de la derecha.

La acción política del PSOE a lo largo de todo este tiempo ha tenido una deriva ideológica constante, pertinaz y demostrable, sesgada siempre en el mismo sentido, hacia el polo de la derecha política y económica, con hitos tan notorios como su participación en las distintas reformas laborales de carácter  retrógrado, que han hecho del trabajador el protagonista involuntario de un nuevo estatuto: el precariado; con su protagonismo incluso pionero en las vergonzosas e insolidarias amnistías fiscales; con su impulso reaccionario de las bases legislativas para la privatización de la sanidad (entre otras privatizaciones y concesiones al neoliberalismo más radical); con su decisión de someterse servilmente a la manipulación de nuestra Constitución (artículo 135), impuesta por Merkel a espaldas de los ciudadanos soberanos; y por último con su apoyo ya sin remilgos ni máscaras al gobierno de Rajoy, es decir, a un PP que ha batido todos los récords de corrupción, no sólo en nuestro país, sino en toda Europa, y cuyo único objetivo político es desprestigiar lo público, liquidar el Estado del bienestar, y aumentar la desigualdad y la injusticia. Y ahí han estado (y están), echando una mano, el viejo PSOE.

Esa es la hoja de ruta que los ha llevado hasta donde están, y esa hoja de ruta la han marcado dirigentes muy concretos, que además han hecho todo lo necesario  (y aún más) para que el criterio de los "cuadros" (como se llaman) prevalezca antidemocráticamente en su autismo suicida.

Pues bien, si esa era la ruta, ya han llegado.

Tanto Susana Díaz como Pedro Sánchez, como los últimos fracasos electorales de ese partido, son epígonos y herederos de esa deriva, de esa evolución en declive constante, y en definitiva de esa involución imparable.

Pero la actitud de ambos candidatos ante la misma es muy distinta.

Susana Díaz la suscribe al cien por cien y promete seguir en esa línea para ganar. Suerte para Rajoy y albricias para la derecha. Pésima noticia para la socialdemocracia y para los socialistas.

Pedro Sánchez parece haber aprendido la lección y entendido el mensaje, y se declara decidido a cambiar de rumbo. Una tenue esperanza y una última oportunidad para la unidad de la izquierda y el resurgir de la socialdemocracia, o lo que es lo mismo, última oportunidad para conservar el Estado del bienestar y la ilusión en el proyecto europeo.

Ese es el debate ideológico.

Y es que por mucho que los analistas ultramodernos nieguen que haya ya ideologías, o siquiera sólo ideas (únicamente admiten la persistencia de automatismos y fuerzas ciegas e irrefrenables), lo cierto es que haberlas haylas, y de su dinámica surgirá un nuevo progreso, más humano y sostenible, y continuará la historia por mucho que la quieran parar y dar marcha atrás.

Pero en una confrontación de candidatos, como esta, que nos afecta a todos, de dentro y de fuera del partido, no sólo tienen importancia las ideas y el debate ideológico sino también las personas.

Si la frase que achacan a Susana Díaz sobre Pedro Sánchez es cierta, no sólo define a la persona que la dijo, sino su manera de pensar, y también quizás explica ciertas actitudes prepotentes y ciertos juegos sucios, que con razón se han considerado bochornosos.

No creo que esas sean las actitudes vitales ni las aptitudes personales que convienen a un o una dirigente.

Yo al menos no me encontraría cómodo ni seguro sabiendo que una persona que piensa y actúa de ese modo dirige mi país, o mi partido.

Si es verdad que dijo:  "Ese chico no vale, pero a nosotros nos vale", demuestra varias cosas:
primero, que es una persona imbuida de prepotencia, que siempre despreció a su compañero y anda floja en compañerismo; y segundo, que actuó de tapado, lo utilizó y nunca fue sincera con él.

Cabe aún preguntarse a quien se refería con ese "nosotros" a los que les venía bien la práctica oculta de ese juego sucio. Pero en todo caso parece indicar que no tiene un concepto demasiado amplio ni generoso, ni siquiera solidario, de los intereses colectivos.

Soy consciente de que a una persona no se la puede juzgar por una frase, pero lo cierto es que en este caso las acciones realizadas a posteriori se corresponden con el contenido y el espíritu de la frase dicha previamente.

Lo cual nos debe hacer sospechar que las acciones que se han querido hacer pasar como "reactivas" a unos hechos, estaban decididas y planificadas de antemano. Eran parte de la hoja de ruta.

Y lo mismo podríamos decir de Mariano Rajoy y sus frases.

¿Se puede juzgar a Rajoy por sus frases?

Por ejemplo, por aquellas que dirigió a su colega Bárcenas, cuando le recomendó ante los hechos que se iban descubriendo: "se fuerte", o más directamente "hacemos todo lo que podemos" (para protegerte y protegernos, se sobrentiende).

Y efectivamente lo han hecho, y lo siguen haciendo con el apoyo cómplice de algunos.

Aquí también, de las palabras y las frases se pasó a los hechos, y por lo que vamos sabiendo en base a las informaciones que justifican la "reprobación" del ministro de justicia y sus colaboradores, efectivamente desde el minuto cero se pusieron a hacer -y en ello están- todo lo que podían para poner palos en la rueda de la justicia y para burlar uno de los principios fundamentales de la democracia, cual es la separación de poderes.

A muchos esto de la reprobación del ministro de justicia nos suena a regañina educativa que se propina –aún con esperanza- a un niño trasto.
Se le reprueba como si se hubiera hurgado la nariz, prescindido de corbata en un acto oficial, o copiado en un examen. Ligeros torcimientos en el camino de la vida que aún cabe enderezar.

Pero no estamos ante hechos de esa naturaleza ni de ese calado. Estamos ante hechos muy graves. Tan graves como los que estos días protagoniza Trump en su país. Estamos ante un ataque frontal a la democracia, ante un intento de vaciamiento de su contenido, ante un plan (supuestamente) para engañar a todos y burlar la Constitución.

Y eso no se merece sólo una reprobación o una regañina. Se merece una moción de censura en toda regla, porque si no, en el fondo y en la práctica, estamos dando amparo y sostén a esos hechos y al partido que los protagoniza.

Cosa que como todos sabemos no es una novedad, sino la causa fundamental -ese apoyo- de la actual situación.

Al parecer hay muchos a los que no les importa que nuestra democracia se vaya por el desagüe.

Tan grave como los hechos reprobados, es no actuar en consecuencia. Eso también es reprobable.

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