Opinión

¡Detengan esa guerra!

En sólo dos días, Italia ha rescatado a más de 11.000 migrantes en el mar, acercándose a las costas de Libia. Algunos no han tenido esa oportunidad y se han quedado para siempre en el Mediterráneo, el mayor cementerio de la historia. Personas que huyen de la miseria, de las más graves violaciones de los derechos humanos, de la guerra más salvaje. Las imágenes de esas personas intentando agarrarse al brazo que trata de salvarlos son impactantes. Pero no aprendemos. Los países de la Unión Europea sólo acogen al 3,5 por ciento de los refugiados pactados en 2015. Seis meses después del indigno acuerdo entre la UE y Turquía que permite devolver a Turquía a cualquier refugiado que ponga un pie irregularmente en Grecia -a cambio de muchos millones de euros y de eliminar el visado a Europa para los turcos-, hemos cronificado el problema. Dinamarca, mientras tanto, impulsa leyes que prevén prisión incondicional para mendigos -pueden ser refugiados- uso de la fuerza y devoluciones inmediatas en frontera. Canadá, tan lejos, tan ajena al conflicto, acogerá este año a 50.000 refugiados, en su mayoría sirios... Y a los europeos no se nos cae la cara de vergüenza.

Lamentablemente, en España, supongo que también en Europa, ha pasado desapercibido el discurso que la presidenta internacional de Médicos sin Fronteras, Joanne Liu ha pronunciado en la ONU apenas hace un par de semanas. Casi todos los testimonios de quienes pelean día a día con esa terrible situación han sido ignorados. Joanne denunció ante los responsables de la paz mundial, el salvaje y reciente ataque contra un convoy humanitario de Naciones Unidas y la Media Luna Roja Árabe siria y otro más contra un hospital cercano a Alepo, el cuarto contra instalaciones de Médicos sin Fronteras, todas ellas identificadas y sus coordenadas GPS comunicadas a las fuerzas beligerantes. No son errores. Y sus consecuencias, además de la muerte de tantas personas inocentes o inhabilitadas para la guerra, son terribles: personal médico evacuado, y miles de enfermos y heridos que dejan de ser atendidos.

En Siria, añade Joanne, los ataques no dan tregua. Los médicos de Alepo -otro holocausto esta vez consentido- "retiran la ventilación mecánica a los pacientes más débiles para que otros tengan una oportunidad". Los médicos tienen que elegir quién vive y quién muere. "Sitiados, siguió Joanne, nuestro colegas sirios van a quedarse hasta el final. Nos dicen que morirán allí con sus pacientes. Cuando llegue la hora". Y seguimos impasibles.

Tanto en Yemen, otro lugar donde el hambre mata, como en Siria, siguió la presidenta de MSF, "cuatro de los cinco miembros permanentes de este Consejo están implicados de alguna forma en estos ataques". La denuncia incluye a "la coalición liderada por Arabia Saudí y sus oponentes". Joanne recordó una frase del todavía secretario general de la ONU, Ban Ki- Moon -"cuando creemos que la situación no puede empeorar, el listón de la depravación se hunde aún más"- para reclamar el fin de la impunidad: "detengan los bombardeos contra los hospitales y el personal sanitario. Detengan los bombardeos contra los pacientes". ¡Detengan la guerra!, la causa principal del imparable éxodo de los refugiados. Pueden, pero no quieren.

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