Opinión

Respetar o no las leyes

Las referencias del Rey en su mensaje navideño al incumplimiento de las leyes y los males que ello acarrea han tenido, claro está, ecos diversos según y donde hayan resonado las palabras de este mensaje. En algunos medios catalanes he creído encontrar un sutil tono como de 'advertencia recibida'. En otros, distintos y seiscientos kilómetros distantes, me ha parecido encontrar un tácito 'pues eso, que se anden con cuidado'. Es lo que tienen mensajes de este tipo: que admiten muchas interpretaciones, dentro de la suavidad y de la extrema cautela con las que se lanzan.

Ya sabemos que a Felipe VI le gustan poco los cambios bruscos y menos aún le gustan las estridencias. Muchas veces he tenido ocasión de hablar de su en ocasiones quizá excesiva prudencia. Ya se ve que se refugia en su despacho para comunicarse con los ciudadanos, como signo acaso de que la vida continúa con normalidad tras casi un año de alteraciones políticas, que, dice el Monarca, ya han terminado. Uno tiende a pensar que acaso sería mejor que el mensaje se lanzase desde otros lugares, más cercanos al ciudadano, y que el lenguaje debería ser más directo, un punto más incisivo, pero doctores tiene la Iglesia...

En fin, el caso es que al Rey se le entiende todo, y sigue siendo una de las referencias más sólidas con las que cuenta la España unida. Es, al final, una figura imprescindible, y la única capaz de transmitir al conjunto de los españoles -lo vean o no a través de TV3, que fue que no_ un discurso de tranquilidad un día después de que el president Puigdemont convocase el 'pacte pel referendum' secesionista, al que, por supuesto, Felipe VI no hizo ninguna mención... expresa, que alusiones vaya si las hubo.

Claro, el discurso del Rey tiene los efectos que tiene y llega hasta donde llega. No creo que en la plaza de Sant Jaume, que es uno de los puntos clave a los que el discurso iba dirigido, se alteren mucho los planes, sea en la Generalitat o en el Ayuntamiento barcelonés, por lo que haya dicho o dejado de decir el jefe del Estado. Quiero decir que ahora llega el tiempo de la política, de inducir, que no obligar, al cumplimiento de las leyes y también, allí donde sea necesario, de modificar algunas leyes, haciéndolas entre todos.

Entiendo que este que comienza ha de ser el año en el que las formaciones políticas se den a sí mismas un funcionamiento más democrático -vergonzoso algún indicio en sentido contrario, como acaba de ocurrir en Podemos_ y, desde allí, hacer más democrático el conjunto del proceso. Hay cosas que deben modificarse, que tienen que modificarse. Y no solamente en los detalles, claro. Puede que este haya sido el último año en el que el Rey haya lanzado su mensaje desde La Zarzuela o desde cualquier otro recinto real, puede que el año próximo cambie el escenario y puede que el tono sea algo más incisivo. Quién sabe: dependerá mucho de lo que en los próximos meses ocurra en Cataluña, de que allí se respete la ley (o no...) y de que pactemos nuevas normas.

Pero es seguro que el Rey debe seguir representando el papel que la Constitución le asigna, aunque, a mi entender, la normativa debería ser menos ambigua y conceder más prerrogativas al jefe del Estado; esa es una de las cosas fundamentales que habrán de comenzar a consensuarse ya en las próximas semanas, en las que entramos en el que sin duda será el año del cambio.

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