Opinión

El adiós de Teresa May

La Primera ministra británica ha sido clara como el agua. Nos vamos -ha dicho- y no hay marcha atrás. Sólo ha pasado medios siglo y nos encontramos con la primera despedida de la Unión Europea. Tratarán los británicos que el divorcio sea, para ellos, lo menos doloroso posible que es tanto como decir que procurarán que la despedida les salga casi a cuenta.

La marcha de Gran Bretaña no deja de ser una decisión traumática para el sueño, aún no alcanzado, que en su momento supuso la mayor iniciativa política de nuestro continente. Que se vaya alguien con quien se ha convivido durante tantos años no es fácil, pese a que desde el día uno, Gran Bretaña ha estado en la UE de aquella manera.

Pero ahora ya, las cartas están encima de la mesa y no cabe la menor trampa. Es indiscutible que un país soberano puede y debe tomar las decisiones que considere oportunas, máxime cuando en la decisión los protagonistas de la mismas son los ciudadanos.

Expertos en economía, finanzas, sociólogos, etc... ya han expuesto sus tesis no siempre coincidentes. Se llenan de matices, establecen hipótesis... pero parece difícil prever que es lo que realmente va a ocurrir y mucho menos las consecuencias del adiós de May.

Quien se va, se va. Esto es lo único que entiende todo el mundo y lo que sería patético es que May pretendiera una despedida a medias o que la UE se achantara y dijera que no, que no es un divorcio en toda regla. Rectifico. No es un divorcio, es un repudio anunciado sin el más mínimo temblor.

Ni temblor ni afán de hacer daño son algunos de los principios que la UE debería tener presente en la compleja negociación que se avecina. No podemos dejar de lado, en el caso de España, los intereses recíprocos. No podemos ni debemos olvidar a los miles y miles de españoles que habitan y trabajan en tierras británica. No podemos olvidar el peso del turismo inglés. Repudian a la UE pero por encima del enfado o el trauma se debe imponer una justa inteligencia para salvar nuestros intereses y al mismo tiempo dejar claro el mensaje que quien se va debe asumir las consecuencias de su decisión. Irse y desear que el mercado único permanezca como si nada hubiera ocurrido. Irse e intentar quedarse con lo mejor sin asumir lo peor es algo que de ninguna de las maneras puede ocurrir. ¿Dónde esta escrito y garantizado que no se produzca el efecto contagio?.

El sueño europeo no ha culminado, pero hay que continuar persiguiéndolo máxime en momentos en los que los populismos, de derecha y de izquierda, los nacionalismos y los radicalismos están tomando cuerpo y sitio en Europa. Sin embargo no basta con lamentarnos. No basta con llevarnos las manos a la cabeza ante un eventual triunfo de Le Pen, ni dejar preocupada constancia de cómo en la Europa más avanzada los discursos nacionalistas y xenófobos tienen miles de seguidores. Habrá que pensar en que se está fallando, que es lo que se está haciendo mal para que esto ocurra. Si creemos -como ocurre con el triunfo de Trump- que estos populismos, extremismos, etc... solo tienen como seguidores a gentes incultas o excluidas socialmente, es seguro que nos equivocamos. Algo profundo está ocurriendo en la sociedad europea y la solución no es irse, como ha dicho May, sino reflexionar y rectificar y tapar esas rendijas por las que la moderación, la suerte compartida se escapan para dejar sitio a las intolerancias.

Nos esperan meses muy interesantes e inéditos. Se estima que para que el repudio británico sea realmente efectivo harán falta en torno a dos años de negociaciones. Serán dos años que se nos harán largos y en los que veremos crisis de diálogo, acercamientos y más de una bronca. Todo hay que darlo por bien empleado si queda claro que el que se va, se va. De lo contrario, la UE corre el riesgo de convertirse en un castillo de naipes. El que se va, se va. ¿Entendido?.

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